No logro interpretar cómo es posible mantener el equilibrio de una posición argumental que, por un lado, ensalza y reconoce la iniciativa de aquellas personas que sin contar en su currículum con titulaciones universitarias logran alcanzar una elevada cota de crecimiento y solidez empresarial; y por otro, descalifica, menosprecia y subestima a quienes desempeñan cargos políticos de relevancia por carecer de acreditaciones académicas de rango superior, obviando aspectos de valor para el interés general como la capacidad, la eficacia, la entrega, la sensatez y la honestidad. ¿Por qué vistiendo un traje de características similares, a unos se les abre la puerta del ascensor que lleva al prestigio social mientras que otros son introducidos en el que desciende hasta penetrar en una balsa de estiércol?

El encumbramiento e incentivo de la mansedumbre, la mediocridad y el clientelismo no parece formar parte del listado de recetas más recomendables para el progreso de una comunidad, aunque tampoco conviene creer que es oro todo lo que reluce ni chatarra aquello que no deslumbra.