Desde el asesinato por Estados Unidos de Qasem Soleimani no he parado de escuchar debates en las televisiones de todo el mundo en los que se justificaba o relativizaba el magnicidio por tener el general iraní "las manos manchadas de sangre", lo que sin duda es cierto.

Los más críticos con ese asesinato, totalmente contrario al derecho internacional y que equivale en el fondo a una declaración de guerra, argumentaban que habría que haberle capturado y llevado a un tribunal internacional para que le juzgara por sus crímenes.

No escuché, sin embargo, a nadie comentar que, puestos a hablar de la responsabilidad en la muerte de civiles, EEUU con sus invasiones y sus drones se lleva sin duda la palma, sin que a nadie se le ocurra siquiera plantear la posibilidad de llevar a ese país o a alguno de sus políticos o militares ante los jueces.

Se habla, hablamos todos, incluido quien firma este artículo, del "régimen teocrático" de los ayatolas, y apenas mencionamos la influencia del evangelismo norteamericano más fanático sobre el Gobierno de ese país, especialmente con Donald Trump en la Casa Blanca.

Trump, a quien le gusta hacerse fotografiar rezando junto a cristianos evangélicos, es sin duda un cínico, pero no cabe decir lo mismo de su vicepresidente, Mike Pence, evangélico convencido además de sionista cristiano, es decir de esos que apoyan con argumentos bíblicos la construcción del Gran Israel.

También es un fanático cristiano el exdirector de la CIA y actual secretario de Estado, Mike Pompeo, quien se refirió en una entrevista a la posibilidad de que Dios hubiera elegido a Trump para defender a Israel de la amenaza iraní. "Creo que podemos ver aquí (en su elección) la obra del Todopoderoso".

Para los evangélicos, que constituyen el grupo religioso mayoritario en Estados Unidos, predominante sobre todo en el sur, la creación del Estado de Israel es el cumplimiento de una profecía bíblica. De ahí su total apoyo al reconocimiento por Trump de Jerusalén como capital de Israel en abierto desafío a la comunidad internacional.

Ajenos sin duda a ese tipo de consideraciones y atentos sobre todo a sus bolsillos, entre los mayores beneficiarios de las nuevas tensiones en Oriente Medio están los ejecutivos de los principales fabricantes de armamento de la superpotencia.

Directivos de empresas gigantes como Northrop Grumman, Lockheed Martin, General Atomics, Raytheon o Boeing, que han firmado suculentos contratos con el Pentágono y que han visto cómo se disparaba el valor de sus acciones.

Son cada vez más las voces que en aquel país exigen al Gobierno que ponga fin a ese lucro indecente denegando contratos a quienes recompensan de forma tan exagerada a sus altos ejecutivos. Entre los críticos está el candidato demócrata a la presidencia Bernie Sanders.

Porque si hay una cosa clara es que las continuas injerencias de EEUU en esa región, desde Afganistán hasta Siria e Irak, no solo no han resuelto nada, sino que han empeorado las cosas incluso para los propios intereses de la superpotencia.

En Afganistán, los talibanes pueden volver a tomar el poder tras casi dos décadas de guerra; el conflicto iraquí está lejos de resolverse y lo mismo en ese país que en la vecina Siria ha crecido la influencia de Irán, al que Washington trataba de contener, y de paso también, la de la Rusia de Putin.

Libia es un Estado fallido, la organización terrorista Al Qaeda se ha convertido en un difuso movimiento global, en una organización propagandística que inspira a todo tipo de terroristas, el Estado judío sigue ocupando impunemente con la anuencia de Washington tierras palestinas y el llamado "plan de paz" que debía resolver el conflicto árabe-israelí es ya papel mojado.