España sobrevive conmocionada por el drama del expríncipe Harry, número seis a la sucesión del trono británico a la retaguardia de su padre Charles, su hermano William y los tres hijos de su odiada cuñada Kate Middleton, famosa por ser la hermana de Pippa Middleton. La emoción desbordada ante la auténtica Familia Real europea no nos autoriza a olvidar que también la única monarquía latina dispone de un número seis en la lista de aspirantes a la corona, en posesión de Cristina de Borbón.

El armonioso número seis dista de ser la única coincidencia entre Harry y Cristina, condenados ambos a contemplar impertérritos el reinado de sus hermanos. El inapelable criterio hereditario no solo descarta para el trono a millones de ciudadanos, que ni se molestarán en proclamarse mejor dotados para desempeñar ese cargo de representación. Sobre todo, la primogenitura o la superioridad del varón lesionan en lo más hondo a los hermanos del rey, que cometieron el error de nacer en la familia oportuna pero en un momento inoportuno.

Hasta donde ilustra la moderna psiquiatría, no abundan los casos de españoles que muestren una frustración patológica por ver incumplido su sueño de ser reyes. Las estadísticas laborales demuestran que los trabajadores pierden más horas de sueño con su actriz favorita que codiciando el trono. Sin embargo, hasta un alma cándida puede imaginar la turbulencia íntima que asalta a Harry y Cristina, cada vez que coinciden con sus respectivos hermanos varones. Y esta sensación punzante se desborda hacia la agresividad, cuando incurren en el error de casarse con seres tan ambiciones como ellos, con independencia de otros factores que permiten distinguir a Iñaki Urdangarin de Meghan Markle.

Un análisis superficial atribuirá a este comentario un elogio del matrimonio, que pavimenta la creación de power couples hermanadas en la obsesión. Sin embargo, Iñaki y Meghan no trabajan, con resultados descorazonadores en el caso del primero de ellos, solo para que sus esposos se vistan el armiño. Contemplan a sus cónyuges como un vehículo para saciar su ambición, siempre desde el apacible número seis. En las guerras por el poder no hay buenos ni malos, solo vencedores y perdidos. Isabel II ha triunfado donde fracasó Felipe VI, que debería recabar los consejos de su tía con más frecuencia. Cuánto pagaría el rey español para pasaportar a su hermana al Canadá.