Cuenta Pedro Sánchez en unas tempranas memorias que su primera medida al llegar a La Moncloa fue cambiar el colchón de la cama presidencial. Ahora que ha revalidado el empleo con carácter fijo, el jefe del Gobierno acaba de disponer otra mudanza, esta vez en el calendario. Los Consejos de Ministros que se celebraban ordinariamente el viernes pasarán al martes, que es día de mal agüero.

En esto se conoce que dentro de Sánchez hay un reformista, aunque muchos lo tomen erróneamente por revolucionario. En lugar del colchón o el día habilitado para las reuniones del Gobierno, podría haber cambiado los nombres de los meses a la manera que inauguró „efímeramente„ la Revolución Francesa. Tendríamos así un mes germinal, allá por la primavera; un brumario a los comienzos del otoño y otro pluvioso con la llegada del invierno. Pero no.

Socialdemócrata, a fin de cuentas, el presidente se ha limitado a introducir reformas de alcance más bien módico. Puede que sus socios de gobierno no intuyesen que el cambio político anunciado comenzaría por un cambio en el colchón y otro en la fecha del Consejo; pero por algo hay que empezar. Un viaje de diez mil kilómetros empieza por un solo paso, según nos recuerdan los chinos en uno de sus innumerables proverbios.

Felipe González, uno de los predecesores de Sánchez en el cargo, ganó en su día las elecciones con el lema: Por el cambio; y efectivamente cumplió su promesa. Cambió de opinión nada más asumir el poder y, en vez de sacar a España de la OTAN, convocó un referéndum para remeter al país en esa organización. Lo más notable es que obtuvo el apoyo de la ciudadanía, de modo que muchos de los que le habían votado para la salida lo hicieron también a favor de la entrada.

Consciente, tal vez, de ese carácter mudable de la opinión pública, Sánchez dice una cosa y la contraria con la misma convicción que González; y ninguna razón hay para reprochárselo. Ya el genial Maquiavelo dejó dicho que en el arte de la gobernación no existe el engaño, sino un acuerdo tácito entre los que engañan y los que están dispuestos a dejarse engañar. Es un concepto que vale imparcialmente para la izquierda, la derecha, el centro y los mediopensionistas.

Si acaso, el presidente ha revelado su carácter algo temerario al elegir un día de resonancias infaustas como el martes para la celebración de los consejos en los que se decide la suerte „buena o mala„ del país. En martes no conviene casarse ni embarcarse, aunque nada dice el pedestre refranero de las reuniones del Gobierno.

Tampoco hay que dar mucho crédito a esos presagios, si se tiene en cuenta que el día de mal fario en los países anglosajones es, en realidad, el viernes. Precisamente la fecha de la semana en la que hasta la llegada del reformista Sánchez venía reuniéndose por tradición el Consejo de Ministros.

Se conoce, en todo caso, que al presidente no le aqueja superstición alguna y confía „con razón„ en la buena fortuna que hasta ahora le ha acompañado. Ni siquiera parece arredrarlo la eventualidad de que alguna vez deba reunir a su Gobierno en martes y trece o, peor aún, en Martes de Carnaval, que es festividad propicia a los chistes por mera asociación de ideas. Sánchez, gobernante audaz, ha decidido embarcar a su Gobierno los martes. A ver si hay suerte y el refrán está errado.