Buenos días tengan ustedes. Les saludo terminando casi ya enero, en una nueva constatación de que el tiempo vuela. Hace nada aún celebrábamos la venida del nuevo año y... Ya ven. Tempus fugit, que dijo el clásico... Aprovéchenlo...

El caso es que hoy ya es día 22 y, en un par de días, una nueva edición del Día Internacional de la Educación estará ya entre nosotros. Como a mí me hace falta poca excusa para tratar este apasionante tema, ahí vamos. Y es que se trata de un ámbito siempre vigente y muy pertinente, y más en estos tiempos de vetos, de expectativas de contenidos a la carta y de un pretendido retorcimiento del sistema para arrimar cada uno el ascua a su sardina.

Pero, a pesar de todo ello, la educación es el arma más potente para producir un importante efecto de mejora individual y colectiva. El impacto en lo individual es evidente, al mejorar las condiciones de vida, la empleabilidad, la iniciativa personal, la cultura y la inserción social de las personas y, como consecuencia de todo ello, su felicidad. Y en lo colectivo también, al ser la educación un vehículo de mejora social, ayudando a erradicar la pobreza y el hambre, contribuyendo a mejorar la salud, promoviendo la igualdad de género y reduciendo la desigualdad. No hay duda, las sociedades con un mejor nivel medio educativo son más igualitarias, en las mismas hay más oportunidades y propician un más alto nivel de seguridad y bienestar. Y, por supuesto, se trata de grupos humanos que resisten mejor los envites económicos globales, y que son capaces de remontar mejor la situación después de la adversidad.

A escala global, persisten algunos nubarrones bastante localizados en materia educativa. Y es que, a pesar de los avances en los niveles educativos más elementales, muchos niños, niñas y jóvenes siguen excluidos hoy desde el punto de vista de la educación. Observen las siguientes cifras de Naciones Unidas, que no nos pueden dejar indiferentes. En el mundo hay aproximadamente 258 millones de niños y jóvenes sin escolarizar, y 617 millones de niños y adolescentes no saben leer ni tienen los más básicos conocimientos de cálculo matemático para defenderse en la vida cotidiana. Al tiempo, en los países en desarrollo 57 millones de niños no asisten a la escuela, a pesar de que las cifras de matriculación alcancen al 91% de la población en edad escolar. Y, en particular, África Subsahariana ostenta los más altos niveles de niños sin escolarizar, sobre todo por el impacto de conflictos, guerras y por la situación personal de niños y niñas refugiados. Estos últimos alcanzan la cifra de cuatro millones.

En este año 2020, Naciones Unidas pone el énfasis en el papel de la educación en la realización colectiva, empezando por los pueblos y terminando a escala planetaria, habida cuenta de que muchos de nuestros problemas son globales y que, por ende, debemos preparar a toda la población para su involucración en la resolución de los mismos. Tal camino busca lograr una verdadera senda de prosperidad, así como contribuir a la paz mundial. Algo que puede parecer una entelequia, visto cómo soplan los vientos de guerra y sabiendo reconocer los múltiples intereses que se esconden tras ellos. Pero que, no puede ser de otra manera, ha de estar en el horizonte de todos nuestros esfuerzos.

En nuestro contexto de país también nos vendría muy bien apostar sin ambages ni paliativos por un refuerzo de la educación. Por la consideración de la misma y de sus actores. Por la priorización de tal ámbito frente a otros, con menor proyección sobre la construcción de nuestro futuro individual y colectivo. Y es que la educación no es un gasto, es una inversión. Una sociedad más educada y con un mayor nivel medio de conocimiento produce mucho más, genera palancas que retroalimentan su mejora y gana en versatilidad ante los cambios ya producidos y ante los que se avecinan. Y una sociedad más educada respeta más los derechos de las personas, es más empática y se centra en lo nuclear, dejando más al margen esos flecos por los que nuestra sociedad se desangra, perdiéndose con frecuencia gran parte de su energía.

Educar hoy es construir un mañana mejor, desde todos los puntos de vista. Genera oportunidades más equitativas, blindando el ascensor social. Y nos permite avanzar, más allá de situaciones enquistadas, prebendas pretéritas y modos ya superados. Educar es sinónimo de generar ciudadanía.