No es necesario conocer la diferencia entre un sustantivo y un adjetivo para utilizarlos bien. Tampoco distinguir entre una oración principal y una subordinada para colocar cada una donde le corresponde. Este es uno de los grandes misterios del lenguaje. Hay niños de cuatro años capaces de construir oraciones realmente complicadas sin haber estudiado su arquitectura. Es como si la gramática nos constituyera del mismo modo que nos constituyen el hígado o el páncreas o el intestino, que funcionan pese a que lo ignoramos casi todo de ellos. A veces me detengo a escucharme el corazón. Ahí está, dando golpes en el pecho, como el que llama a la puerta, entre sesenta y cien veces por minuto, me encuentre yo dormido o despierto, sentado o de pie, caminando o quieto. No sé cómo lo hago, pero lo hago: consigo que funcione, que bombee la sangre para hacerla llegar a cada una de mis células. Y ahí está la médula ósea fabricando el precioso líquido que transporta el oxígeno desde el pecho a todo mi organismo.

Ahora bien, si me empeñara, podría averiguar dónde se hallan cada uno de mis órganos. El cuerpo está perfectamente cartografiado y para eso sirven los estudios anatómicos. ¿Pero en qué parte de él se halla la gramática? En ninguna. Nadie la ha visto, pero está, puesto que funciona con el automatismo de los dedos para tomar un trozo de pan o el de los párpados para lubricar el ojo.

-Quiero un bollo de chocolate „escucho decir en el supermercado a un crío de dos años que apenas sabe andar.

Significa que le funciona mejor la gramática, cuya ubicación física desconocemos, que el sistema nervioso central, responsable de las contracciones musculares que hacen posible la motricidad. De hecho, el crío ha construido una frase perfecta, con un verbo en primera persona del singular y un sujeto elíptico (yo) del que tiene plena conciencia. A los dos años ya disponemos de un yo gramatical como de un apéndice. Cuando el apéndice se inflama, se opera y santas pascuas, pero cuando se inflama el yo no sabemos cómo actuar porque no tenemos ni idea de en qué parte del cuerpo se encuentra la gramática.