Cuando ya se le daba por muerto y desaparecido en las aguas pantanosas de las divisiones inferiores, el equipo de fútbol de la ciudad donde resido tuvo una impensable reacción vigorosa, ganó cuatro partidos seguidos y abandonó el último puesto de la clasificación. Ahora, los aficionados a ese deporte buscan cuál pudo haber sido esa pócima milagrosa, ese bebedizo estimulante, que ha transmutado a un atleta decaído en un campeón victorioso. Hay quien lo achaca al cambio de la directiva y del gestor deportivo, hay quien apunta al cambio de entrenador (el tercero en lo que va de temporada) y hay quien encuentra la razón última de esa radical transformación en el apoyo de la entidad financiera que habiendo comprado la deuda del club temía ahora que con su desaparición se convirtiera en humo su condición de acreedor preferente. Todo eso pudiera ser cierto en mayor o menor medida, como tampoco es desdeñable la postura de quienes explican el fenómeno achacándolo a uno de esos súbitos cambios en el estado de ánimo de una plantilla de jugadores que con mucha frecuencia pasan de la depresión a la euforia sin razón aparente que lo justifique. En unos casos, el desencadenante psicológico fue un gol agónico en el último minuto del partido, y en otros, una parada asombrosa del portero propio cuando ya se mascaba la derrota. El fútbol „como ya nos explicó el filósofo argentino Jorge Valdano„ es fundamentalmente un estado de ánimo. Y no es lo mismo afrontar un partido con el ánimo confiado en que todo nos saldrá bien que con el ánimo decaído de los que dudan de sus capacidades. Hay un abismo entre las dos aptitudes. En ese sentido hay que dar al entrenador un papel decisivo en la medida de que sea capaz de sugestionar a sus jugadores con la idea de que son superiores, al contrario. Helenio Herrera, famosísimo entrenador en su época, tenía fama de psicólogo y sabía qué tecla había que tocar para elevar la moral de los futbolistas. Hizo célebres algunas frases. "Se juega mejor con diez que con once", dijo para explicar por qué habían ganado jugando con uno menos por expulsión. "Ganaremos sin bajarnos del autocar" dijo la víspera de un partido que iban a jugar en condición de visitantes. Las técnicas de motivación son variadas y se requiere ingenio para hacerlas eficaces. Me contaron hace años que en el vestuario del Valencia Club de Fútbol le regaban las botas a Paquito antes de saltar al campo. El gran futbolista asturiano, internacional con España, estaba acostumbrado desde sus inicios a jugar en los campos embarrados por la lluvia de su región natal y se desenvolvía mejor en los terrenos secos si sentía en los pies la sensación de humedad. Y así mejoraba su rendimiento. En ese orden de cosas, tengo que atribuirme el mérito de haber formado parte del grupo de aficionados que pedimos el regreso a las camisetas a rayas verticales azules y blancas que fueron clásicas en el equipo de la ciudad donde resido. Las habían cambiado por otras con rayas horizontales que seguramente atraían la mala suerte. Con rayas verticales y una bola atada al pie dibujaban en los cómics a los presidiarios. De todo eso nos hemos librado.