El pin parental es una clave electrónica que se inventó para bloquear el acceso a los menores de edad a determinados contenidos televisivos. Como vemos el mundo a través de las pantallas, ahora los papás ultras quieren aplicar ese pin a los contenidos educativos. Los papás ultras „¡qué suerte!„ solo discrepan de las minorías, de las que no quieren saber ni que se sepa nada y aceptan sin resistencia el mogollón del mundo según viene. El peligro está en la escuela. ¡Claro!

Si existiera un mando a distancia del mundo para padres primerizos acabarían poniéndole pin parental a todo porque nada les parecería suficientemente bueno para el retoño. La mayoría perdería la custodia de sus hijos por no estimularlos suficientemente. El mundo ideal tiene mejor temperatura, pero no se crece bien con la única banda sonora de la nana.

Lo que salva a los niños del limbo del pin parental es que los padres primerizos suelen ser hijos veteranos y recuerdan cómo hackearon las cortapisas y burlaron los cortafuegos que sus mayores quisieron imponer a la realidad y a la ficción y no olvidan cómo cuestionaron y contradijeron tantas enseñanzas de personas de autoridad en los años sometidos del aprendizaje reglado.

Tener eso presente quita mucho de ese miedo que es la parte ansiosa de la responsabilidad de educar y alivia que no exista el mando a distancia del mundo para no tener que apuntárselo a la sien y dispararse cada dos por tres o ponerse un pin parental para proteger a los hijos de los peores contenidos paternos.

El pin, una clave, en absoluto es la clave de nada y menos de la educación parental posible, un asunto que trata más de tener voluntad, de poner atención y de cruzar los dedos que de cualquier otra cosa.