En España solíamos escribir esta palabra onomatopéyica con eme: Pimpampum. Hace referencia a un juego consistente en que un tirador lanza una bola contra una fila de contrincantes con el fin de derribarlos. En un país como el nuestro, pronto sacamos más jugo al vocablo, y al juego, para aludir, de forma irónica y gráfica, a los fusilamientos. Darle a alguien pimpampum. La erosiva influencia del inglés hizo que empezáramos a escribir la expresión con ene -pin-pan-pun-, incorporando, por parecida sonoridad, el término que ahora más usamos, el pin de la solapa de Iglesias o el pin (código de identificación), que lo mismo vale para sacar dinero de un cajero, abrir el ordenador o vetar que a nuestros hijos se les "adoctrine" en el colegio.

Hablamos, y no deberíamos morder el anzuelo por mero impulso, del "pin parental", bautizado así por Vox y arrojado a la arena política, para que los gladiadores de este circo lo utilicen como arma de triple filo. Por un lado, se pretende crear un debate artificial sobre un asunto muy banal en un país de grandes urgencias. Por otro, lanzarlo contra el enemigo -jugando al pimpampum- a ver cuántos derribamos. Y, finalmente, lo usamos con el fin de distraer la atención de lo esencial.

En esta primera jugada, Casado cae derribado por entrar al trapo de Vox. Sánchez e Iglesias salen fortalecidos como gran muro frente a la ultraderecha, Abascal coge aliento al establecer la agenda política. Arrimadas acaba perdida en el centro, templado e intrascendente, de los que ni fu ni fa. Y los independentistas, frotándose las manos al ver cómo el rompeolas de Madrid filtra agua por todos los poros.

Probablemente, cuando lea este artículo el debate sobre el pin parental, el veto o la censura de los padres, la disquisición sobre a quién pertenecen los hijos se haya evaporado. No se preocupen, porque la mecánica del juego siempre es la misma. Habrá sido sustituido por otro pimpampum. Habremos rescatado un inverosímil conflicto racial, sin darnos cuenta de que España no es Sudáfrica. O seguiremos debatiendo si el equipo del Ministerio de Igualdad debe estar compuesto íntegramente por mujeres. Panem et circensis, que fue evolucionado a "pan y toros". Coros y Danzas el 1 de mayo o al derbi a la hora de las manifestaciones callejeras. Distraer, ese es el objetivo.

Prueba clara del juego del despiste, de la distracción, es el debate sobre la "feminización de la Constitución". Se discute lo accesorio, lo formal, el género de sustantivos y adjetivos. No su contenido. Mientras hablemos de lo machistas que son nuestros académicos, taparemos el debate de fondo: la sin duda necesaria reforma de la Constitución. Claro que para eso haría falta un acuerdo entre dos tercios de los diputados. Imposible. No se hablan más que para jugar al pimpampum.

Parece que quisiéramos construir la casa por el tejado. Somos incapaces de alcanzar grandes pactos sobre la educación, la sanidad, la administración territorial, el invierno demográfico o la emergencia ecológica. Carecemos de esa "necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás", que Churchill consideraba imprescindible en una democracia. Mientras no solucionemos esa minusvalía política, no haremos más que marear la perdiz, distraernos con nimiedades.

Más difícil lo tuvieron los padres de la Constitución de Cádiz con un problema territorial transoceánico y la losa de un antiguo régimen. O los de la República, bajo la amenaza del estalinismo y el fascismo. O los de la propia Transición, herederos directos de una Guerra Civil y una dictadura, y bajo el pimpampum de ETA.

No hay que desesperar. El ser humano evoluciona. En una aldea perdida, empezamos jugando al pimpampum con piedras. Luego nos trajeron atracciones de feria para que practicáramos con bolas de trapo. Y ahora nos conformamos con el pimpampum verbal. Lo malo es que evoluciones al revés: del verbo a la piedra.