Ay, aquellos que no quieren ver cómo vamos derechos a la modernidad transversal e intergeneracional!

A algunos se les acusa de crispar, es decir, de "contraer los músculos" sin darse cuenta que, según el Diccionario, se hace de "manera repentina y pasajera" cuando lo malo sería que el crispante se quedara así ya para la eternidad, pero, si es solo un rato, pongamos una legislatura (que ahora son muy cortas) ¿qué tiene de malo?

En todo caso, estoy de acuerdo, al crispante, ser maléfico, preciso es identificarlo en las manifas: ¿cuál es su aspecto: de forajido o de bendito de sacristía? ¿gasta barba o es lampiño? ¿vocifera, entonado, las consignas carcas? He conocido crispantes imponentes, un punto misterioso, por supuesto de derechas, el crispante siempre es de derechas de toda la vida, que, al tensar los pliegues de la cara, ponía de los nervios a los de izquierdas, tipos infatigables a la hora de colmar sus lógicas impaciencias progresistas. Con las nuevas titulaciones hay que hacer un hueco a la de crispante, que puede ser un máster, todo no van a ser títulos de coroneles o de inspectores de Hacienda.

No le demos vueltas: el crispante „como la crispante, que las hay„ fuera de casos de esnobismo enfermizo, es el nombre que en la moderna biodiversidad política se da al conspirador reaccionario de siempre, al carlistón antiguo, al abominable servilón que sale en las novelas de Baroja, agrisado en sus rencores agrios.

A los prohombres de izquierdas, por el contrario, se les acusa de plagiar: libros, tesis doctorales y, ya puestos, ¿hasta las invitaciones de bodas o las esquelas? sin que se advierta que la persona de izquierdas lo es precisamente porque rompe con el pasado, creando como está un presente fecundo y, al tiempo, iluminando un futuro rotundo en sus rotundidades atrevidas. Por eso no pierde el tiempo leyendo textos antiguos que le pueden hacer desacelerar su ritmo anticipatorio y, si por un acaso repite algunos de ellos, es precisamente por compasión, como un acto de caridad, para que no se pierdan en el barullo de los escritos polvorientos, sino que encuentren acogida en la publicación de un progresista actual, el mejor destino que pueden tener las ocurrencias de los pelmazos del pasado. Lo dejó escrito Goethe: "nada se puede pensar que no se haya pensado antes". ¿Alguien se atreve a contradecir a esa lumbrera?

Está, por último, ese entrañable ser femenino recién descubierto que racializa, es decir, que pone a la raza „con toda la razón (que viene precisamente de raza)„ por encima de cualquier otra circunstancia. Y así se oye decir: tal joven es cirujana, una mujer capaz de las mejores habilidades en los quirófanos, o aquella otra ha escrito una novela inspirada, personal y llena de gracia... Sí, es verdad, se dice con un suspiro, son personas meritorias, ¿a qué negarlo?, pero las pobrecillas no racializan porque son blancas. ¡Qué lástima! No se puede ser perfecta, señora.

Hasta ahora habíamos cultivado las identidades como gran creación del moderno edificio social y en ellas nos hemos recreado para imaginar naciones. Político hay que, para dormirse, cuenta por la noche naciones como antiguamente se contaban corderitos. Ahora toca el turno a la raza.

„Pero lo de la raza ¿no era lo que defendía Hitler?„ se oye preguntar al aguafiestas que no entiende ni de coaliciones ni de progresos.

Puede ser, pero ahora estamos ante un concepto flamante, lleno de vigor, al que la nueva política le ha quitado el polvo carca y le ha dado el aura de lo sostenible, lo proactivo, lo resolutivo y lo preservativo. Es decir, le ha prestado nuevos resplandores.

El resplandor del gran brasero de la estupidez.