Eurostat subraya que la población europea aumenta gracias a los hijos de las inmigrantes. Pero el fenómeno no asegura el futuro, si se aceptan las conclusiones de un reciente estudio aparecido en el número de julio-agosto de Population & Sociétes, la revista del Instituto nacional de estudios demográficos de París, que analiza de modo específico las tasas de fecundidad en Francia. Entre otras razones, porque la de las madres de la segunda generación -hijas de inmigrantes nacidas ya aquí- tiende a equipararse con la de las nacionales, de modo semejante a las que llegaron a Europa a una corta edad.

En la mitad de los países europeos, las inmigrantes contribuyen a aumentar la tasa de fecundidad. Pero en uno de cada cuatro, su número no es suficiente para modificarla, como sucede en la mayoría de los antiguos países comunistas del centro o del este de Europa. Incluso, en algunos disminuyen la tasa nacional. Un caso singular es Holanda, donde las inmigrantes representan una parte importante de la población, pero no influyen estadísticamente, porque su tasa de fecundidad apenas difiere de la nativa.

Los autores del estudio insisten en que se han limitado a reunir y analizar los hechos, dejando de lado los aspectos ideológicos. Algunos respirarán tranquilos al ver que la inmigración no pone en peligro la identidad nacional. Pero los datos no dejan de exigir máxima responsabilidad en materia de políticas de familia y sanidad. Porque, como han escrito en un libro tres importantes economistas del país vecino, está surgiendo un nuevo modelo de sociedad: la sociedad del envejecimiento, de la longevidad.