Me doy una vuelta por mi ciudad no vaya a ser que hayan levantado alguna torre o rascacielos y no me haya dado cuenta. Lo pienso en la cama, lugar idóneo para casi todo. Y de hecho noto en el peroné izquierdo un no sé qué y no me quedo tranquilo hasta palpar la zona y comprender que no, menos mal, no me han edificado un rascacielos en tal zona, urbanizable por lo demás, aunque algo intrincada, el peroné, con sus pendientes y desniveles. Es una zona sensible, pero a la vez dura, nadie lo ignora. Un tanto huesuda. Yo edificaría mejor en el pecho, que aún conserva cierta firmeza y planicie, te ahorras el trabajo y el dinero de las excavadoras. El vientre ya está un tanto abombado y quizá con pericia se pueden colocar unos adosados la mar de monos, salvando el ombligo, eso sí, que lo veo más como piscina comunitaria. No me han metido un edificio en la cabeza de milagro. Casi. O sea, por los pelos.

Me levanto. Nunca hay que tener prisa por acostarse ni por levantarse, que decía el maestro Manuel Alcántara. Me ducho y tras comprobar que no ha crecido un vanguardista edificio de diez plantas con áticos de lujo y primeras calidades en la cocina me tomo un café y un bollo que está un poco ladrillo ya. Pero ladrillo visto. Como de piso para la clase trabajadora erigido hace décadas. Salgo al fin a la calle. "Si pudiera elegir mi paisaje de cosas memorables, mi paisaje de otoño desolado, elegiría, robaría esta calle", dijo Benedetti en poema memorable y no callejero. Yo en cambio, esta calle que es la mía la baldearía a diario, que tiene una mijita de mugre y le ampliaría las aceras además de dotarla de un Mercadona.

A mitad del paseo veo un cartelón, una valla, que anuncia la pronta edificación de una torre y la venta de viviendas. Se ve a un buenorro y a una buenorra tomando un algo que puede ser un cóctel junto a una piscina de esas que llaman infinity, o sea, que parece que el final no es final y sí una caída al vacío. Al vacío me caigo yo casi al acercarme a la valla y mirar los precios.

Si alguien compra una de esas casas tendré vecinos millonarios, que no sé qué opinarán de la gente que baja en bata a desayunar. O de mí mismo, a veces al alba de empalmada o recién levantado yendo espeluchado, con la mirada turbia y los adjetivos revueltos, de cualquier forma, a encargar unos churros, que, por cierto, ahora son más altos de lo normal, edificados tal vez con cemento y no con harina. Me noto más alto, oye.