El independentismo catalán en general, pero con más intensidad el de derechas (de Artur Mas a Puigdemont), ha hecho de la trampa una política, o de la política una trampa. Recordemos cómo les divertía el juego al principio, cuando todo eran risas. La ocupación masiva y coactiva de la calle era solo una fiesta. La bilateralidad no era unilateralidad. El derecho a decidir no era una decisión. Las embajadas eran centros de negocios. Luego llegó el momento de dar el paso, pero siempre con la engañosa ambigüedad consustancial a su política: ni la ley para crear estructuras de Estado ni la del referéndum eran la independencia. Incluso cuando esta fue declarada a la vez se dejó en suspenso. Ahora Torra convoca elecciones sin convocarlas. Los independentistas, todavía minoría, ¿sabrán el daño que están haciendo a la imagen y a la confianza mundial de Catalunya, con sus trampas?