Me despedí de mi familia cuando estaba todo preparado para la cena de Nochevieja. Me correspondía el turno de noche y tendría que tomar las uvas entre rejas. No es la primera vez ni será la última. Ya en el centro penitenciario, después del recuento de internos asumí la responsabilidad de custodiar cerca de 200 reclusos durante toda esa noche festiva.

Los días navideños se hacen especialmente complicados en prisión. Si resulta complicado estar privado de libertad en cualquier época del año, imagínense en estas fechas cuando impera la necesidad de estar junto a los más queridos... El incremento de ansiedad y tensión entre los internos es palpable. Se generan más incidentes e, irremediablemente, la labor de los funcionarios de prisiones se torna, si cabe, más imprevisible y arriesgada.

En mi soledad dentro del búnker, así denominamos nuestras oficinas, me vino a la cabeza los habituales reportajes televisivos sobre los profesionales apartados de sus familias en esta fecha tan señalada. Inocentemente, se me ocurrió que, en alguna ocasión los protagonistas podríamos ser nosotros. Sin embargo, desperté pronto de mi ensimismamiento y volví a la cruda realidad. Nadie se identifica con los funcionarios de prisiones, nadie reconoce nuestro trabajo y nadie valora que, día a día, arriesgamos nuestra integridad física e incluso nuestras vidas. Somos un colectivo totalmente invisible a la sociedad. Nuestra existencia, como la libertad de los internos, está delimitada por unos muros infranqueables. No obstante, aquellos reclusos con los que se trabaja hoy en prisión volverán a deambular por las calles de nuestras ciudades el día de mañana. Y el ciudadano que se cruce con alguno de ellos, ahora que tal vez se sienta amedrentado, se preguntará si se hizo todo lo posible para que el expresidiario en cuestión no sea una amenaza a su apacible existencia.

Paradójicamente, la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, que se supone nuestro máximo valedor, no escucha nuestras advertencias ni atiende nuestras demandas. Me pregunto si no nos considerará una pieza clave en la reinserción de aquellos que infringieron la ley. Sinceramente, después de haber trabajado en muchos centros penitenciarios y conocido innumerables compañeros de toda nuestra geografía, no me cabe la menor duda de que, de no ser por el potencial humano que tiene a su disposición, el sistema penitenciario español hubiera colapsado hace tiempo.

En cierto momento de la noche divisé en una mesa, al lado de un par de esposas, una bolsa de dulces navideños. No crean que era un aguinaldo de la Administración hacia sus trabajadores, es parte del menú que se reparte a reclusos en estas fechas. Cuando sobran se suele dejar alguna en el búnker... Pacientemente, esperé a que acabase mi jornada. No era una noche cualquiera. Pese a que no haya visos de cambio en un futuro próximo, la fecha incitaba al optimismo. Con el relevo de compañeros empezaba un nuevo día. Un nuevo año.