Lo bueno de los techos de cristal es que cuando los rompes tienen mal remiendo. En la apertura solemne de la legislatura, la mesa presidencial en el Congreso estaba compuesta por cinco mujeres y un hombre, el rey. Una proporción abrumadora que, sin embargo, pasó bastante desapercibida. Felipe VI se queda en minoría absoluta de género en su real casa, y en la de todos, con sendas presidentas en las dos cámaras. Suerte que a la hora del desfile se le sumó el presidente del Gobierno, pero no hay marcha atrás en la refrescante imagen de paridad que ya no nos extraña. Y de eso se trata. De normalizar la presencia femenina, e incluso aceptar con naturalidad su preponderancia en los momentos estelares de la democracia. Pasen y vean, véanlas.

Puedo entender una de las primeras polémicas surgidas en la andadura del nuevo Ejecutivo, cuando distintos colectivos antirracistas protestaron por la designación de una mujer blanca para encabezar la dirección de Igualdad en el trato y Diversidad étnico-racial del ministerio que lidera Irene Montero. Sin embargo, discrepo de la efectividad de que una mujer negra ocupe ahora dicha responsabilidad, en plan nuestras cosas, y no otras de superior calado como por ejemplo la dirección general de Industria, la secretaría de estado de la Unión Europea o la dirección del gabinete del ministerio de Defensa. Mucho habrá cambiado el panorama cuando una persona de etnia gitana sea nombrada directora del CIS, secretaria de Estado de Política Territorial, o fiscal general del Estado. Barack Obama no tuvo que ocuparse de asuntos racializados antes de ponerse al mando de la primera potencia del mundo. Hay que pedir cualquier puesto de mando, todos los puestos de mando, no solo los asientos reservados. También esa imagen llegará, por qué no, la de una mujer de orígenes inmigrantes sentada junto al rey en la solemne sesión de apertura de una legislatura por la que tal vez nadie, de nuevo, dará un duro.

Ante el jefe del Estado y su familia pasó Pablo Echenique, portavoz en el Congreso de Unidas Podemos. Qué importante también que una silla de ruedas transite con toda normalidad por los vericuetos del legislativo, e incluso ose tomar la palabra en nombre de miles de electores. Mucho se habló de la inversión que el Congreso de los Diputados tiene que realizar para adaptar un espacio plagado de obstáculos a la realidad de parlamentarios muy capaces, con problemas de movilidad. Fue un debate triste, que nos muestra que una cosa es aprobar leyes contra las barreras arquitectónicas, y otra muy distinta fajarse para que todos los cargos electos puedan llegar en igualdad de condiciones a la tribuna de oradores. Una vez logrado el reto, todavía le ha faltado a Echenique superar una prueba con nota, la de la genuflexión ante la monarquía. Al científico y político se le ha escrutado por la forma en que pasó ante el rey y su familia, pues para la caverna ultramontana no se le apreció la suficiente reverencia. Difícil de certificar el grado de fervor en una persona que precisa un motor para desplazarse y que no ha de interrumpir el recorrido del resto, pero en su derecho está de ahorrarse el besamanos. Lo del techo de cristal del republicanismo sin complejos nos lo tendremos que seguir trabajando. Igual queda para la próxima legislatura.