Algunos días, el invierno parece despistarse de sus propias borrascas. La mañana amanece despejada, azul, y el aire tiembla con la suavidad de una brisa de verano. No sabes dónde meter el abrigo y los guantes, te sobra el jersey, la bufanda; uno diría que huele a arena de playa, a algas secas, a protector solar. Y el camino al trabajo resulta tan vivificante que la ciudad parece otra, más limpia, menos grave. Aunque desearías continuar tu paseo hasta que el sol esté bien alto y el calor te guíe a una terraza en sombra donde disfrutar de una cerveza, te resignas a encerrarte en la oficina con ánimos renovados. Imaginas que la jornada pasará rápido y quizá salgas a tiempo de disfrutar unos minutos de luz, antes de meterte en el supermercado y regresar a casa con la compra.

Te da por pensar en viajes pasados y futuros, en días ociosos de lecturas y cenas al aire libre. Sabes que es un espejismo, porque todavía estamos a primeros de febrero, pero la esperanza (esa "araña negra del atardecer", que diría Ángel González) de otros días por venir, parecidos a este que, con suerte, ves pasar al otro lado de la ventana, es lo único que tienes para seguir tirando.

En días así, Twitter parece más que nunca un canal de televisión basura del que uno podría escabullirse con un solo clic. Así que te haces el firme propósito de apagar de una vez por todas ese permanente ruido de fondo, desconectarte de la estulticia de unos y otros. ¿Por qué no? Está la luz, están los paseos, los libros, el cine, el teatro y, sobre todo, esa promesa de verano que siempre nos trae a la memoria los grandes momentos de la infancia o de esa juventud en la que el tiempo parecía estirarse de mil maneras distintas.

Ay, el tiempo, el gran protagonista de las reflexiones oficinescas, la verdadera araña negra de la vida adulta. Se nos escapa, lo perdemos, nos lo quitan. ¿Y qué podemos hacer? Después de una jornada de ocho o diez horas de trabajo, después de aprovisionarnos de alimentos frescos y ecológicos, que es lo que nos recomiendan para llevar una alimentación sana, después de cocinar y organizar el desorden que cada cual se encuentre al llegar a su casa, después de compartir algunos momentos con las personas con las que quizá convivamos y que no hemos visto en todo el día, después de hacer una hora de ejercicio, porque así nos lo indican desde la OMS y de leer otro tanto, que al parecer es muy importante y dicen que en este país se lee poco y que así nos va, después de hacer algo de vida social en las redes (vuelves a caer en Twitter y en todas las demás, asqueado, perjuro), después de consumir un par de episodios de la serie del momento, que para eso pagamos la suscripción a una o a varias plataformas, después de todo, arrastramos los pies hasta la cama, donde los expertos de todas las cosas nos recomiendan permanecer unas ocho horas ausentes. Del sexo ya hablaremos en otro momento.

Y al día siguiente, vuelta a empezar, pero ya sin esa luz de ayer, de nuevo el invierno, el cielo gris, la oficina, con suerte.