La afirmación de que el clima está cambiando ha pasado de ser una idea ridiculizable „¿se acuerdan del primo de Rajoy que el entonces presidente utilizaba como argumento para el negacionismo?„ a una evidencia que casi nadie, salvo Trump, discute ya. La catástrofe del ciclón tropical Gloria cebándose en las costas del Mediterráneo pone de manifiesto que algo muy serio está sucediendo, y que sus consecuencias llegan mucho antes de lo que cabía prever. Pero tal vez lo peor sea la manera como los gobiernos se toman lo que debería ser su primera obligación: administrar en favor del bien ciudadano. Las sucesivas cumbres del clima que se celebran desde aquella de París de 2015 que se suponía que había logrado un consenso internacional absoluto sobre las medidas a tomar y los objetivos a conseguir terminan por caer en el desánimo, cuando no en la caricatura. Por poner un ejemplo, en la última que se celebró en Madrid „al no poder cumplir Chile con su compromiso de albergarla„ la atención y los comentarios se dirigieron hacia un asunto nimio como el de la asistencia, por invitación rigurosa, de la activista Greta Thunberg y los medios de transporte que había utilizado para llegar a la capital de España. Vaya porvenir nos espera si los estudios de expertos que han dedicado toda su vida al estudio del clima quedan por debajo de las noticias propias casi de la prensa del corazón.

Pero los detalles sobre la inutilidad de las medidas administrativas para hacer frente al problema muy serio del cambio climático que nosotros mismos estamos acelerando se encuentran casi en cualquier lugar. Vayamos con el certificado de eficiencia energética que se exige a la hora de vender o alquilar una casa. Mucho código de colores, mucha precisión acerca de lo que protegen o dejan de proteger los muros y ventanas frente a las condiciones exteriores pero, más allá de que se necesite el papelito de marras, no hay ninguna consecuencia que se derive de la mayor o menor calidad de la protección medioambiental. Da lo mismo tener un certificado con la A, que asegure que la eficiencia es máxima, o con la G, que viene a decir que no existe protección alguna. Ninguna tasa grava la carencia de medios de aislamiento.

Por supuesto que esa especie de broma administrativa es ridícula frente al problema de verdad: que los compromisos tomados en las sucesivas cumbres son papel mojado. Que no se hace apenas nada, salvo propaganda, por evitar la contaminación que está en el origen de la aceleración del cambio. ¿De qué sirven programas estrella, como el de Madrid Central que destierra a la periferia a los coches más contaminantes si se tolera que existan en los barrios más céntricos calefacciones que siguen quemando carbón? Si eso es todo lo que podemos hacer para combatir las catástrofes que se avecinan, apaga y vámonos.