Si yo los comprendo a todos, que sí, que hay que vender suscripciones a esto y lo otro. Y es normal que se ensalce la mercancía, claro. Pero igual la cosa se nos está yendo de las manos y ya no medimos la relevancia o la banalidad de lo que ofrecemos. Veamos -por ejemplificar- unos cuantos titulares recientes de diarios deportivos. La crónica sobre un partido del FC Barcelona se encabeza así: Ansu Fati hace historia. Caramba. Al parecer, el chaval ("17 años y 94 días", se nos especifica) logró "el doblete más joven de la Liga". Yo no sé lo que es un doblete joven ni un doblete viejo, la verdad. De modo que la redacción es deficiente, pues lo que quiere decir es que ningún otro futbolista de esa edad o menor había metido dos goles en un partido. El joven es el azulgrana, no el doblete. A lo mío: ¿es eso "hacer historia"? ¿Napoleón, entonces? ¿No iríamos sobrados con "batió un récord"? Sigamos con la 2.ª División (o como se llame ahora): Tablas en una oda al fútbol. Caramba. Pero si está hablando de un raquítico empate a uno entre Cádiz y Zaragoza... Una oda: ¿como las de Fray Luis o Beethoven, entonces? Prosigo: La obra de arte de Stuani. Caramba. ¿Como la Capilla Sixtina, entonces? Veo las imágenes en Youtube y no es más que una picadita sobre la salida del portero, como cientos más. Paso a la página siguiente: La genialidad de Thiago que arrasa en Alemania. Caramba. ¿Un nuevo Einstein? Hombre, driblar a dos contrarios y marcar... Todo es genial, brutal, fantástico, la releche y la repanocha, lo nunca visto. Hasta me despiertan las voces de los comentaristas mientras dormito un encuentro de 2.ª B: "¡Buf! ¡Qué caño! ¡Para enmarcar!" Y es un pasecito normalito entre las piernazas del adversario. Se nos está yendo la cosa de las manos.

Creo que tanta exageración viene de que todos queremos nuestro momentazo de gloria. Queremos que lo que presenciamos o protagonizamos sea histórico, fabuloso, único, heroico. De ese modo, escapamos de nuestras grises vidas, al menos un ratito. Y los medios nos lo sirven tal como ansiamos. Bien estaría la cosa como esparcimiento y ficción, que no todo va a ser currar o buscar trabajo: pero se nos está yendo de las manos. Calificando cualquier nimiedad como prodigio, mataremos a la ansiosa gallina de las casas de apuestas y demás familia y llegaremos a escuchar o leer lo que sigue: "Un nuevo récord portentoso: la primera vez en la historia que un taconazo de un jugador rubio de un equipo que viste de azul desmarca a un extremo congoleño que tuvo paperas de niño". Un charco, un estanque o un lago nos los venden como un océano. Pues en verdad, en verdad os digo que no hace ni maldita falta, pues todos somos héroes y hemos batido récords si contamos nuestras historias con la perspectiva adecuada y mezclamos percepción con realidad. Pongo un ejemplo propio, que me tengo muy a mano.

Había en mi barrio un equipo de fútbol llamado Grujoan (acrónimo de Grupo José Antonio, unas viviendas siempre conocidas como El Tocote). Gracias a la intermediación de un pariente, me llamaron para probar mi valía en un partidillo pachanguero, una mañana de domingo a las doce. Yo era alto y no mal defensa central: me pusieron de extremo izquierdo, mal empezábamos. Pero había un problema muchísimo más gordo. Esa misma mañana, había quedado a la una con una chica que me gustaba cantidad, para escuchar canciones, que yo no tenía tocadiscos. ¿Qué hacer? ¿Amor o fútbol? Fui un Salomón: jugué el primer tiempo, di dos pases de gol, metí otro y, en el descanso, salí pitando en busca de la música de aquellos ojos verdes. De modo que puedo decir: "Récord histórico: tras 45' de lujo, abandona el fútbol para escuchar a los Beatles". Chúpate esa, Ansu Fati.