Permítaseme la expansión de un suceso tan usual como lo es un encuentro inesperado, pero enriquecido en este caso por las circunstancias de las personas y el lugar. Empiezo por lo último, el sitio y su entorno: una estación de esquí del Pirineo, a principios de febrero, con un solazo de película y en día laborable, es decir, gozada completa sin agobios en los remontes. Y por lo que respecta a las personas, se trata de dos exalumnos míos de colegios diversos; a Eduard V., a quien no veía hará cuarenta y tantos años, le di clases en Viaró (Sant Cugat del Vallés, Barcelona), y Luis R., que fue él quien me reconoció primero, tuvo que aguantarme en Peñarredonda (La Coruña) al final de los noventa si bien nos saludamos con ocasión de las fiestas de los 25 años de su promoción en el colegio coruñés. A lo inesperado del hecho, se suma además el que llevamos en tales circunstancias unos atuendos que no facilitan el reconocimiento facial, y fue Luis quien atinó primero -reconozco que yo no habré acertado- con un entusiasmo encomiable. A él, y a todos los escolares que tienen buenos recuerdos de sus profesores, va dedicado este minuto que le anuncié que escribiría al decirme que me leía con frecuencia.