Que, en los tiempos actuales, vivimos en un mundo con grandes avances tecnológicos, es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Que nos creemos sabedores de un sinfín de cosas, pues también. Sin embargo, fallamos mucho en la forma de comunicarnos y, sobre todo, en los asuntos referentes a ese sentimiento humano, tan primitivo y esencial, como es el amor de pareja.

Ah, el amor, el amor..., qué tendrá el bueno del amor para que nos trastorne tanto. Y, desde luego que lo hace. Sin ir más lejos, cuando en una pareja, el hombre, por ejemplo, comete un acto de corrupción, tan a la orden del día en los tiempos que corren, generalmente, la mujer queda libre de cargos, alegando inocencia, por su fe en el matrimonio y el amor por su marido. Amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles.

Totalmente de acuerdo, siempre y cuando ambos naveguen en la misma frecuencia vibratoria. ¿No les parece? O sea, que vivan en la misma onda. Porque, cuando uno de ellos, no conoce, o no se entera de lo que hace el otro, está viviendo en otra realidad; o sea que no hay comunicación sincera interpersonal. Y, si está al tanto, y no le gusta esa forma de actuar, y a pesar de ello sigue estando ahí, tiene un problema. Sencillamente, no se trata de una persona libre y emocionalmente equilibrada.

Por eso, señoras y señores, a punto de celebrarse el día de San Valentín, no me voy a referir a esa patética clase de amor. Vamos a centrarnos en el amor verdadero, profundo, en el que haya empatía, compenetración interpersonal, comunicación afectiva y, concretamente en este día, no estaría de más buscar lo hermoso y dar rienda suelta a la imaginación, preparando una cena, cuidando las formas, las texturas, los olores, rodeándose de velas..., ¿flores?, ¿música?, iluminación suave... Y... Que venga lo que tiene que venir ¿No les parece muy romántico? Además, es el escenario idóneo para disfrutar de largos silencios, solo interrumpidos por murmullos de promesas de amor eterno, de una pasión que te quema el alma y te lanza al infinito, respirando y palpitando al unísono, saboreando la quietud que deja el placer satisfecho, soñando despiertos, deseándose dormidos, juntos hasta el final de los días. Pero, con complicidad. Y que así sea.

Y, ahora, mis queridos lectores, solo me queda desearles, que las flechas de Cupido endulcen sus corazones.