Nos encontramos hoy al borde de una Nueva Frontera". Donde "hoy" es 1960, y quien así habla se llama John F. Kennedy, en su discurso de aceptación de la candidatura Demócrata a la Casa Blanca. Las fronteras entendidas como objetivos, en un planeta que se aprestaba a derribarlas. Después de décadas de supresión de barreras, la tendencia se ha invertido. Así en el Brexit como en el coronavirus, los votantes y los microbios exigen el levantamiento de muros protectores para frenar los contagios.

"La frontera de las oportunidades y peligros desconocidos". JFK asume dos términos poéticos para referirse por anticipado a la emancipación británica y a la epidemia. Boris Johnson vulgariza a Kennedy con su futbolístico "vamos a importar a los mejores". Una ósmosis social clasista, que filtra a los educados en Eton y Oxbridge para expurgar a las respondonas clases medias.

"La frontera de las esperanzas incumplidas y las amenazas incumplidas". No es raro que Kennedy llamara "mi banco de sangre intelectual" a Ted Sorensen, el autor de sus mejores discursos. En esta fase pesimista de las utopías forzosamente frustradas resurge el Brexit, aunque Santa Teresa fuera más cínica que JFK al advertir contra las calamidades desencadenadas por "las plegarias atendidas". El coronavirus sobresale entre los peligros inciertos, sin necesidad de desembocar en el "pánico imbécil", que encima lleva la firma de Mussolini.

"Más allá de esa frontera se hallan las zonas sin cartografiar de la ciencia y el espacio". La promesa del viaje a la Luna fronteriza evoca a una generación que entendió la vida como una eliminación progresiva de los límites artificiales. Algunas se derrumbaron ya en España durante el franquismo visitado por Eisenhower. Caería después la OTAN, la Unión Europea, la apertura radical al planeta de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, el espacio Schengen, la confraternización artificial con una treintena de países sin bordes. Con mención especial al simbólico Muro de Berlín. El mundo en un pañuelo en el bolsillo.

"Más allá de esa frontera hay problemas irresueltos de la paz y la guerra". Esos riesgos mal evaluados provocaron una inversión repentina de las aperturas al exterior. El reverdecer empieza en Israel, que en 2002 planea el muro de Cisjordania todavía hoy esgrimido como un éxito en la contención del crimen. Es fácil detectar la influencia de esa gran obra disuasoria en Trump. Después del fracaso fronterizo escocés, el Reino Unido al completo aísla a Europa de las costas británicas. Y Cataluña también desea una frontera, o media si se atiende a la división de su electorado.

"Más allá de esa frontera hay problemas irresueltos de ignorancia y prejuicio". Estos dos vicios han conducido a la contradicción de que aislamiento sea la nueva palabra global. Se cierran las murallas que tanto esfuerzo costó abrir. Los predicadores del "no hay marcha atrás", así en las libertades como en el franqueo de obstáculos, han quedado en evidencia. Pese al optimismo inveterado, los retrocesos son habituales. Por ejemplo, el servicio en los aviones también ha empeorado durante las últimas décadas.

"Más allá de esa frontera hay interrogantes no respondidos de pobreza y exceso". La pobreza favorece la puesta en marcha de la primera experiencia en confinamiento masivo de los últimos tiempos. China ha enclaustrado en sus domicilios a cincuenta millones de personas, una cifra por encima de la población española. Es decir, el coronavirus favorece la experimentación social. Y el exceso se refleja en la infodemia, el derrame epidémico de información sin distinción de la calidad de los datos aportados.

"Tuve suerte de nacer en esa nueva frontera, un nuevo mundo y una nueva generación de estadounidenses". Ahora es Obama quien habla, cien años exactos después del nacimiento de John Kennedy, y otra vez en un discurso de aceptación de la candidatura Demócrata. El segundo presidente negro después de Bill Clinton practicó con elegancia el arte de aislarse de sus compatriotas, el "distanciamiento social" que los epidemiólogos consideran ahora esencial para contener el coronavirus. La salvación depende de la capacidad de levantar muros, de la cariñosa indiferencia prodigada por el inquilino de la Casa Blanca que se movía como Fred Astaire.

"Kennedy simbolizó la noción de que nuestros problemas, aunque significativos, nunca son insuperables". Buena parte de la humanidad comparte con Obama el arco cronológico que lo emparenta con JFK. En esta síntesis budista, sería suicida subestimar la importancia de murallas como el Brexit o el coronavirus, pero todavía más estéril afrontarlos desde la desesperación de lo irresoluble.