Ante las próximas elecciones autonómicas, las prisas y los arrebatos por el suelo resultante de los terrenos limítrofes de la Maestranza y de la antigua fábrica de armas, más los liberados de las zonas portuarias, ponen de relieve el incontenible celo por el suelo edificable. La ambición urbanicida es tan pulsátil -no olvidemos que también el Estado quiere hacer caja- que, lo que debiera encuadrarse en un coherente plan analítico puede derivar en una arquitectura de serie que destruye las ciudades. Las mancomunidades, los consorcios, las áreas metropolitanas no son la panacea, porque no han contado con la espesa burocracia enquistada en los ayuntamientos y tampoco han logrado vencer la falta de voluntad política, indispensable para neutralizar enfrentamientos, como evitar los personalismos de los alcaldes lugareños. El contorno periférico Arteixo-Culleredo-Oleiros, revela cómo la codicia tiró por la borda lo que debiera ser un capitalismo ordenado. Los desdenes de la Xunta, desde su origen, y la reluctancia repetitiva de Fomento (ahora Transporte, Movilidad, etc.) han aparcado obras fundamentales para el desarrollo socio-económico de La Coruña. Don José Blanco, ministro del ramo, fue recibido por la obsecuente información orgánica como "valedor de Galicia". Nos dejó la catedral de Lavacolla y en La Coruña un aparcamiento en Alvedro no solicitado, Ana Pastor omitió la línea férrea al puerto exterior y de Magdalena Álvarez, nada, lo mismo que de De la Serna. El actual señor Ábalos estuvo en nuestra ciudad hace pocos días y no tuvo tiempo, o tal vez la curiosidad, de contemplar in situ la necesidad de la ampliación del Puente del Pasaje, los accesos y el olvido ferroviario para el puerto exterior. La Xunta, tierra adentro, y su "para todos los gallegos compostelanos", sigue en sus contornos parroquiales, sistemáticamente localistas, tratando de confundir a toda Galicia como la urbe xacobea. En La Coruña seguimos en lo mismo, política populista, fotografías e información efectista, mientras los titulares de Fomento no han despejado de nuestra ciudad una estela de desconfianza ciudadana.

El concejal de Cultura, señor Celemín, habló de inventarse un museo envuelto en el plan con el que debe acometerse el edificio de la antigua prisión provincial. Algo parecido le encargó Azaña a Valle-Inclán un "museo de la democracia extinta", museo que nunca existió y del que Valle jamás ideó un proyecto. Don Ramón, cesado, se inventó su renuncia con gran escándalo. Al señor Celemín le recordamos que la red de Museos Científicos, creados por al alcalde Vázquez, fue muy valorada por expertos nacionales y extranjeros; resulta perentorio enriquecerla con un museo del mar como merece una ciudad atlántica.