Conoce usted Pisa, con su famosa torre inclinada, parte del conjunto monumental de la Plaza del Duomo, declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 1987 por la Unesco? Pues ahí les propongo iniciar esta historia, en un día como hoy de hace 456 años. Era entonces 15 de febrero de 1564 -referido a nuestro actual calendario gregoriano- y en la ciudad nacía alguien cuya influencia llega muy de largo hasta nuestros días. Me refiero a Galileo Galilei, astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático y físico. O, lo que es lo mismo, amante del conocimiento científico con notable obra en el conjunto de tales disciplinas. A Galileo, les propongo, dedicaré hoy estas líneas.

Porque no podemos pensar en Galileo solamente como el autor de notables mejoras en los telescopios, o porque abundantes observaciones astronómicas lleven su firma. No podemos, tampoco, circunscribirnos a sus aportaciones en cuanto a las leyes del movimiento más tarde compiladas por Newton, y más en concreto al Principio de Inercia. Y tampoco podemos analizar su figura sesgándola solo a su apoyo a las tesis de Copérnico, o a los trabajos, observaciones y postulados de Kepler. Porque Galileo, sí, es todo eso. Pero es mucho más, y su figura lo impregna todo. Sentí esa sensación más de una vez, precisamente, paseando por esa Plaza del Duomo que él conoció.

Con Galileo, que un 15 de febrero abrió los ojos por primera vez, el paradigma científico experimenta un notable avance. Y el método científico, de forma complementaria a los trabajos de Francis Bacon, es alumbrado por él. Galileo se rebela contra la verdad establecida a partir de un dogma, y sus profundos roces con la entonces todopoderosa Santa Inquisición se presenta habitualmente como uno de los ejemplos más claros del conflicto histórico entre el hecho científico, constatable, reproducible y empírico, y creencias que se presentan como verdad revelada.

Pongo con frecuencia a Galileo como ejemplo de dos fenómenos. El primero, la influencia del entorno y de nuestros mayores en nuestras propias vidas. Y, el segundo, la percolación inherente a la consecución de hitos en las mismas. Ya saben, esa teoría a la que aludo muchas veces y que tiene que ver con el hecho tan gráfico de que cuando una gota de agua va eligiendo su camino a través de un embudo de papel de filtro lleno de café molido, cada uno de sus pasos va condicionando probabilísticamente los siguientes, a veces de forma sorprendente. Y, así, tal camino del café hacia la jarra y nuestra propia vida van configurándose como un cúmulo de unos hechos que llevan a otros, de manera concatenada, de forma única en cada caso y sentando las bases de los próximos pasos que acontecerán. Y lo digo porque Galileo, hijo de familia acomodada que vivía del comercio, siendo su padre matemático y músico, sintió la llamada de la vida religiosa, después de haber sido educado en un convento, y estuvo a punto de ser clérigo. Y, fíjense, fue su padre, interesado en cultivar en él la semilla de la vocación científica, el que con una excusa menor apartó a su hijo de tal institución y de la idea, animándole a que estudiase medicina.

Pero Galileo inicia un camino diferente, con el estudio de las matemáticas y otras disciplinas, tocando los palos de Platón y Arquímedes, y oponiéndose fuertemente a Aristóteles -algunas de cuyas ideas aún vigentes llega a rebatir, inaugurando nuevos paradigmas- y, progresivamente, reventando la verdadera primavera conceptual, abstracta y empírica a la vez de sus aportaciones en innumerables campos, de sobra conocidas.

Galileo es hijo de la libertad personal, de un personal y recalcitrante "¿por qué?" ante las explicaciones poco satisfactorias -actitud hoy un poco menos en boga, en nuestro mundo líquido y posmoderno-, del interés de su familia por orientarle en un mundo apasionante, vibrante de nuevos acontecimientos y a la vez complejo y oscuro, de su infinita curiosidad, de su posición económica buena y de una época muy diferente a la nuestra. Y también es hijo de un 15 de febrero, como hoy, en el que me he permitido compartir con ustedes someramente la peripecia de uno de mis personajes de la Historia favoritos.