Hace pocos días me despierto. Leo la prensa diaria. Una noticia me sobrecoge. El corazón me da un vuelco y tengo ganas de vomitar, o quizás de abofetear. No sé diferenciar una sensación de otra porque son muy parecidas entre sí. Las dos nacen de las entrañas y me obligan a actuar, en este caso, con la mejor arma que creo tener: la palabra.

Desgraciadamente el periódico me regala un nuevo amigo, aunque jamás nos hemos visto. Lo siento muy cerca. Debe ser por culpa de esa extraña sensibilidad que algunos me atribuyen. No soy capaz, querido nuevo amigo, de decirte si están o no en lo cierto. Siempre he sentido así y carezco de suficiente perspectiva para lograr valorarlo. Lo que sí puedo afirmar es que me siento emocionalmente mucho más cercana a los que sufren que a los que viven en un continuo parque de atracciones. Aprendo de ellos. Mi ser y mi raciocinio se nutren de su ejemplo, de tu ejemplo.

Lamento enormemente que tu ánimo haya bajado tanto como para querer desaparecer. Me duele que un muchacho tan joven se haya hecho tan viejo de repente. Me enerva que la maldad de un compañero y la omisión de socorro por parte de otros tan culpables como él, te haya llevado a querer marcharte. Me sangra el alma al pensar lo solo que tuviste que estar hasta llegar a hablar y conseguir una orden de alejamiento de cincuenta metros de estos individuos... Cincuenta míseros metros de pánico desvirtuado, en lugar de la expulsión incondicional del susodicho y sus secuaces; porque, ¿sabes algo? Estos tipos son tan cobardes que, además de camuflar su falta de autoestima bajo la coraza de la amarga dureza, jamás actúan en solitario. Siempre hay tontos que los siguen para evitar que las emprendan contra ellos.

Mentiría si te dijera que conozco tu sufrimiento. Debo admitirte que tuve la enorme fortuna de no padecer jamás acoso por parte de mis compañeros, como tampoco fui nunca cómplice del mismo. Me gustaría haber estado junto a ti para apoyarte, aunque no pudo ser. Mientras tú deambulabas por un extremo del país, yo lo hacía de otro modo por una esquina del mapa que nos acoge a los dos, con la ligera diferencia de que tú eres un héroe y yo soy solamente una persona pequeña con el pensamiento grande y la lengua suelta...; pero la gente como tú es la que nos hace mejores a los que somos comunes. Nos obliga a parar y a pensar. Vosotros lográis mover el ánimo de los que -a veces- parecemos solamente autómatas y esclavos de la sociedad de consumo que nos engulle a todos. Espero que, aun así, me consideres digna de tu amistad y que aunque estemos lejos uno del otro, sientas que los muchos que pensamos como yo caminamos a tu lado, por eso y en nombre de todos ellos, me atrevo a rogarte que no se lo vuelvas a poner fácil a los malos. Nada les hará más daño que no poder contigo, porque solamente eso les hará no poder con ellos mismos.