Siempre que alguien me confiesa que está pasando por un mal momento -depresión, soledad, mala salud-, le recomiendo que se dedique a mirar los vídeos musicales de los años 60, sobre todo los americanos. Y en especial, los vídeos con actuaciones de los grupos de soul de los 60 o de disco de los 70, grupos como los Drifters o los Temptations o las Supremes, o cantantes como Dionne Warwick o Dusty Springfield o Barry White. Y eso por no hablar de Sam Cooke o Diana Ross o Wilson Pickett. Da igual lo que uno busque, basta que escriba las palabras "soul" y "1965" -por ejemplo-, y enseguida encontrará motivos suficientes para pensar que la vida no es tan negra como parece. Muchos de los músicos que hacían esa música -basta leer sus biografías- habían crecido en la miseria y conocían de primera mano el abandono, la pobreza, la segregación racial y la vida en los guetos más desolados de Chicago o Nueva York. Pero la música que hizo esta gente a lo largo de los años 60 y 70 parece pensada para expresar el misterio inefable de la felicidad. Si algún día un marciano o un robot necesita saber qué demonios significa esa palabra tan extraña -felicidad-, bastaría enseñarle, por ejemplo, un vídeo de Dionne Warwick cantando You Can Have Him en el Hullaballoo Show de 1965 (o la maravillosa Walk on By en el Burt Bacharach Show de 1969).

¿Y ahora? ¿Sería posible conseguir el mismo efecto con la música actual? Lo dudo mucho. Pensemos en Rosalía -toda uñas largas y lamentos "jondos"-, pensemos en el reggaeton -que es lúbrico y mecánico y estridente, pero no sensual ni alegre-, pensemos en los grupos o los cantantes que alardean de sus síndromes y sus problemas o sus adicciones, o en los raperos que conciben la música como una especie de declaración de guerra en la que no se van a hacer prisioneros: sea lo que sea, difícilmente vamos a encontrar algo que nos trasmita una idea noble o hermosa o siquiera elevada. Si una canción habla de amor, será de un amor torturado o tóxico o condenado al fracaso. La sensualidad es sexo o desenfreno, o en todo caso protesta o lamento, pero nunca seducción ni galanteo. Y siempre hay alguien que se proclama víctima de algo o que acusa a alguien -la sociedad, el mundo, "ellos", "los otros"- de haberle destrozado la vida o de haber truncado sus sueños. Poca gente se atreve a ensalzar la lealtad, el sacrificio, el amor filial o incluso el dolor provocado por la enfermedad o la muerte de un ser querido.

Lo que digo no es una simple apreciación de aficionado a la música. Dos investigadores británicos (profesores de psicología y antropología) han analizado las letras de 150.000 canciones y han rastreado a fondo todas las canciones que entraron en la lista de las 100 más vendidas entre 1965 y 2015. Y los resultados son muy curiosos. Entre 1965 y 1990, por ejemplo, la palabra "odio" no aparecía en ninguna de las canciones que triunfaban en las listas de éxitos. En cambio, la palabra "odio" está presente en casi un treinta por ciento de las canciones más exitosas entre los años 1995 y 2015. Y lo mismo puede decirse de los sentimientos negativos -el dolor, la infelicidad, la soledad-, que en los años 60 y 70 no tenían apenas protagonismo frente a los sentimientos positivos -el amor, la alegría, la felicidad-, pero que cada vez ocupan más lugar en las letras de las canciones de estos últimos tiempos. En términos absolutos, las emociones positivas siguen predominando en las letras, pero es evidente que las negativas -incluyendo el odio y la violencia- están alcanzando un protagonismo que antes jamás habían poseído. Los datos pueden consultarse en la revista digital Aeon.

Supongo que son descubrimientos que no pueden sorprender a nadie y que reflejan muy bien dos tendencias cada vez más poderosas: la fascinación que sentimos por la victimización de los sentimientos (todos necesitamos alardear de haber sufrido algo: una humillación, una afrenta, una imposición social, una limitación a nuestra sagrada libertad de conducta), y por el otro lado, la emergencia de una inquietante exhibición del odio -un odio frío, racional, casi premeditado para alcanzar su efectos más devastadores como uno de los elementos distintivos de cualquier expresión artística. Y en este sentido, no hay que olvidar esa tendencia actual a despreciar el amor romántico por considerarlo una emoción sospechosa que sólo causa tensiones y problemas. La ideología que desconfía de todo lo que signifique amor o felicidad (o lealtad o confianza o afecto) está detrás de esa paulatina desaparición del amor en beneficio del odio. Se acercan tiempos intersantes.