El demócrata Bernie Sanders parece cada vez más un nuevo Quijote luchando contra los molinos de un sistema que, más que una democracia, parece haberse convertido en una plutocracia.

Con la ayuda inestimable de los llamados medios de referencia, el establishment del Partido Demócrata, el mismo que apoyó a Hillary Clinton en la pasada campaña presidencial, está haciendo todo lo posible para frenar a Sanders.

El casi octogenario senador por Vermont, al que apoya el sector progresista del partido, está demostrando su tirón no ya solo entre los jóvenes, sino también entre la clase trabajadora de aquel país, lo que no parece gustar demasiado a la dirección demócrata.

La palabra socialista, que es como él mismo se define -aunque su programa político es más bien socialdemócrata al modo escandinavo- parece asustar más al establishment de ese partido que a muchos votantes demócratas.

La dirección apuesta, sin embargo, por políticos que llama moderados como el exvicepresidente Joe Biden o el joven Pete Buttigieg, cuya única experiencia de gobierno es la de haber sido alcalde de una pequeña ciudad de Indiana.

Biden, que partió como favorito en las encuestas, está tocado del ala después de que en el fracasado impeachment contra Trump, los republicanos sacasen a relucir su supuesta intervención ante el anterior Gobierno ucraniano en un caso relacionado con su hijo.

Pocos creen ya en sus posibilidades, y la mirada está puesta ahora sobre todo en Buttigieg y el último en saltar a la palestra, el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg, que no ha necesitado presentarse a las anteriores primarias y puede financiar con su multimillonaria fortuna su propia campaña.

De este último dicen muchos que tiene menos de demócrata que de republicano. Pero ¿qué importa eso cuando los dos partidos, al menos sus establishments, tienden cada vez más a confundirse?

Creador de la agencia de informaciones y servicios financieros que lleva su nombre, y una de las doce mayores fortunas del mundo, Bloomberg se caracterizó en su etapa al frente del Ayuntamiento neoyorquino (2002-2013) por una durísima política de prevención del crimen.

Sus principales víctimas fueron las comunidades negra y latina, a las que se intentó criminalizar, algo que le ha valido fuertes críticas de racismo por parte de los defensores de los derechos humanos e incluso por parte de un racista consumado -campaña electoral obliga- como es el propio Trump.

Buttigieg o Bloomberg pueden ser los políticos con los que la dirección demócrata tratase de frenar el avance de Sanders, el único político decidido a dar un nuevo giro a un partido engrasado, como el republicano, con el dinero de los poderes económicos y financieros.

El banquero de inversiones y expresidente de Goldman Sachs Lloyd Blankfein ha dicho sin tapujos lo que esos poderes opinan del senador por Vermont: "Sanders polariza tanto como Trump y arruinará nuestra economía".

No debería tampoco sorprendernos que, igual que ocurrió con el laborista británico Jeremy Corbyn, se lanzara desde los medios una campaña contra Sanders por su defensa de los derechos del pueblo palestino frente a las violaciones cometidas diariamente por el Estado judío. Acusar a alguien de antisemitismo, aunque sea judío como Sanders, siempre da resultado.