La Tierra es redonda. Alguna certeza debe prevalecer. Mike Hughes, un acróbata de 64 años especializado en saltar en limusina, se convirtió en portavoz de los terraplanistas para que los que niegan la redondez del planeta le financiaran sus extravagantes vuelos. Murió intentando demostrar que la Tierra es plana, pero no, no cayó al llegar al borde.

Hughes fabricó un cohete para ascender 1.500 metros en su viaje de ida y le puso un paracaídas, que era el billete de vuelta. Al iniciar el ascenso se desprendió el paracaídas. En ese momento, los que crecimos en las enseñanzas de Chuck Jones nos dimos cuenta de que Hughes no podría atrapar al Correcaminos. Y los que crecimos lo suficiente para distinguir los dibujos animados de la realidad sabemos que hay caídas que son mortales para los habitantes de la Bola. El ascenso y la caída quedaron grabados para el programa Astronautas caseros, de Science Channel, que trata de gente que "explora la frontera final con presupuestos limitados".

Por clase social entiendo qué significa "presupuestos limitados". Por descreimiento, creo que el acróbata alcanzó la frontera final. Pero, como niño del Apolo XI, el título Astronautas caseros me suena a oxímoron, a cópula de opuestos. Los astronautas eran caseros en tiempos del barón de la Castaña, pero desde 1969 sabemos que los viajes a la Luna no se preparan en un garaje lleno de herramientas con componentes marca Acme por mucha fe que se tenga en el hágalo-usted-mismo que era Mecánica popular.

No es inteligente emular al Coyote de la Warner, no deberían hacerse programas de TV con carne humana y guion de dibujos animados, los astronautas no pueden ser caseros y la Tierra no es plana, queridos niños.