Alguna vez he dicho aquí cuánto me gustan las palabras, que antes de tener conciencia de mí mismo, la tuve ya de ellas, que resonaban en mi paladar con una dulzura sideral. Yo fui un niño que acunaba palabras, que las convertía en tesoros y las acurrucaba sobre el papel. Lo sigo haciendo, casi no he hecho otra cosa en mi vida. Con ellas he construido el mundo que habito y el que me habita a mí, mi casa y mi hacienda, mis cariños y también mis odios, que no son muchos porque me canso enseguida de odiar y prefiero darlo todo al olvido, que es inmensamente más hondo y duradero.

Sea como fuere, yo, para entender el mundo, el de dentro y el de fuera, voy siempre a las palabras, porque si uno se para a escucharlas, en su historia, en su genética, tienen la respuesta a casi todo.

De modo que para intentar comprender lo que pasa en estos días, este miedo que nos invade y nos contamina y nos destruirá si no tenemos cuidado, he ido a ver la genealogía de las dos palabras de moda, "virus" y "mascarilla". Virus tiene una línea familiar muy breve, viene directamente del latín, donde significaba "ponzoña", es decir, veneno. La genealogía de mascarilla es ya más intrincada, pero tremendamente significativa. Resulta evidente que es un derivado de "máscara", y máscara viene del árabe "máshara", que significa "bufón, payaso", pero cuando llega a Europa se contamina del término italiano "masca", que significa "bruja".

No sé si se ve con la suficiente claridad dónde quiero ir a parar, pero parece evidente que hay una línea semántica que enlaza los conceptos de brujería y ponzoña (que a su vez están tan ligados entre sí), y también los de burla, broma, engaño.

Y así estamos, entre envenenados y burlados, tanto que hay quien se juega su puesto de trabajo en un hospital tratando de llevarse una docena de cajas de mascarillas (que por cierto están carísimas porque no se encuentran por ningún lado), y quien aprovecha el río revuelto para echar a la calle a un montón de trabajadores con el pretexto de no sé qué pérdidas. Como siempre, unos muy tontos y otros demasiado listos, pero todos desenmascarados.

De modo que ahí está todo, como casi siempre en la vida. El virus pasará, "como pasan las cosas que no tienen mucho sentido", que hubiera dicho Joaquín Sabina, y este loco carnaval de las máscaras que se caen y las mascarillas que se ponen dejará en nosotros un recuerdo de miedo, de dolor y también, mucho me temo, de engaño y de veneno.