Albert Rivera, exlíder de Ciudadanos, ha regresado al primer plano de la actualidad para anunciar su nueva ocupación como presidente ejecutivo de un bufete de abogados, y la comparecencia le ha supuesto durísimas críticas no exentas de sarcasmo. En unos medios se le reprocha aprovechar el congreso de su partido para apoyar indirectamente como sucesora suya a Inés Arrimadas y de paso hacerse publicidad. En otros, se califica poco menos que de indecente el atrevimiento tras haber frustrado frívolamente el caudal de votos recibidos en las urnas para formar una desahogada coalición de centro izquierda con el PSOE. Y no faltan tampoco los que dudan de que su escasa, prácticamente nula, formación como jurista le habilite para ejercer profesionalmente en un despacho. "¿Cuándo lo vio alguien vestir la toga?" se preguntaba retóricamente un tertuliano. Pocas veces se habrá visto en la política española un reproche tan unánime. Sobre todo, por parte de ese poderoso sector de opinión que apostaba por una solución moderada entre un partido, Ciudadanos, que alardeaba de un centrismo liberal, y otro, el PSOE que garantizaba una izquierda perfectamente asimilable por el mundo financiero. Para sorpresa general, Rivera giró hacia su derecha y se puso como tarea principal sobrepasar en votos al Partido Popular para erigirse como nuevo paladín de la derecha. Una tarea, por cierto, en la que coincidió tácticamente con un Pedro Sánchez a quien sus asesores áulicos lo convencieron de que en las siguientes elecciones ganaría los suficientes escaños como para no contar ni con Ciudadanos ni con Podemos que se verían reducidos al innoble papel de comparsas. El resultado está a la vista. Ciudadanos casi ha desaparecido y Podemos, aun mermado, se ha visto aupado a formar parte de un insólito gobierno de coalición, apoyado, para más inri, por los separatistas de Esquerra Republicana de Cataluña. Y lo que es peor todavía, una formación de extrema derecha, Vox, se ha convertido en la tercera fuerza en el Parlamento español. Desde esa perspectiva, se entiende la animadversión hacia Rivera ya que el destrozo político ha sido notable. A fecha de hoy nadie sabe por qué el exlíder de Ciudadanos tomó esa caprichosa decisión ni tampoco quienes se la recomendaron desde dentro de su partido o desde otras instancias. Aunque especulaciones no faltan. Cuando la figura, joven y atractiva, de Albert Rivera emergió en la vida pública española muchos se congratularon de su aparición en la medida que representaba una novedad respecto de un bipartidismo ya muy corrompido. Y además era catalán. Ciudadanos y Rivera vivieron su momento de gloria en las elecciones autonómicas de 27 de septiembre de 2015 al resultar el partido más votado por delante de los independentistas. Al aglutinar el voto españolista y convertirse Arrimadas en líder de la oposición, muchos auguraron a la formación centrista un éxito muy cercano. Pero estaban equivocados. Arrimadas se trasladó a Madrid y Rivera emprendió ese sorprendente giro que ahora le reprochan. Pasará a la historia política de España como una estrella fugaz. En cuanto a si va a triunfar como abogado, Dios dirá. En los bufetes existe la figura del socio conseguidor y relaciones públicas. Otros políticos centristas, como Suárez y Roca, lo hicieron al dejar la política activa.