Bien poco tiempo ha necesitado el gobierno de coalición del presidente Sánchez para darse cuenta de la triste realidad de la política de nuestros tiempos. Llegar a hacerse con la cartera de ministro, o incluso con una vicepresidencia, se ha mostrado una tarea facilísima; solo ha bastado con convencer al Sánchez a que renunciase a dormir tranquilo, cosa que permitió conseguir de una tacada la investidura y la degradación de los cargos del consejo de ministros (una cosa llevaba a la otra). Pero quizá no pensase el presidente que las pesadillas se le iban a presentar tan pronto. Es lo malo que tiene el darse cuenta de que, si prometer el cargo que lleva a un ministerio está tirado, manejar el Boletín Oficial del Estado es otra cosa.

Unidas Podemos ha estrenado su actividad legislativa mediante la ley de libertad sexual promovida por la ministra Montero. No hace falta recurrir a las críticas de la oposición, partidistas por necesidad, para calibrar su alcance porque han sido los propios comensales del consejo de ministros quienes han calificado el proyecto de pura chapuza. Algo que ha indignado al vicepresidente Iglesias acusando al ministro de Justicia „que es quien tiene que velar por la coherencia de las leyes que se llevan a las Cortes„ de machista frustrado por ponerle pegas técnicas al invento de su media naranja (la de Iglesias). Se trata del ataque habitual; cualquiera que no comulgue con las tesis de los neoministros es o bien machista o fascista en diversos grados de frustración. Pero las críticas más mordaces al contexto ideológico de la ministra que ocupa la cartera de Igualdad llegan desde quienes es muy difícil que se les pueda calificar ni de fascistas ni de machistas: de las luchadoras auténticas en favor de los derechos de la mujer, ésa que comenzó con el sacrificio de las sufragistas norteamericanas de mitad del siglo XIX y ha desembocado en lo que se conoce como feminismo tradicional por contraposición al de pandereta que procede hoy de las altas esferas, es decir, de la casta.

Un ejemplo bastará para mostrar el disparate. La ministra Montero defendió en comparecencia parlamentaria el derecho a la autodeterminación del propio sexo „lo que defiende el movimiento queer, para entendernos„, cosa que conduce a que cualquiera pueda declararse mujer para poder serlo con todos sus derechos legales y sin que ningún criterio ni médico ni jurídico pueda oponerse. Siendo así, y por ilustrar el disparate, cualquier atleta varón podría competir en una olimpiada en la categoría femenina solo con decir que es una mujer y sin necesidad de cumplir cualquier otro requisito. La película La vida de Brian, en la escena del circo romano en la que Stan sostiene que él quiere ser Loreta, deja claro dónde nos lleva semejante despropósito. Así que a lo mejor se trata de obligar a los futuros ministros a que, a falta de mayores competencias, sepan al menos quiénes son los Monty Phyton.