Tengan ustedes buenos días. Espero que sigan bien, en medio de estos tiempos de alertas meteorológicas salpicadas de jornadas propias del mismísimo mes de mayo. Días de nuevos virus, también -ven como lo que les decía yo en su momento de las bondades de suspender cautelarmente el Mobile World Congress no era tan descabellado- y, como no, de una política loca e interesada que parece llenar todo el espacio, agotando las energías de la sociedad y dejando para un pasado mañana que nunca llega lo verdaderamente importante. Bueno, pues eso. Que espero que en medio de todo lo que hay, y de lo que venga, estén ustedes animados y razonablemente bien y contentos. De eso se trata.

Y, mientras, es importante que vayamos aprovechando los espacios y los folgos que nos queden para ir definiendo de una vez qué sociedad queremos y por qué, más allá de inercias sin demasiada lógica o de prejuicios de cualquier tipo. En este sentido, considero que el día de mañana es importante. Porque vuelve a ser 8 de marzo y, a pesar de los enormes logros en materia de igualdad entre mujeres y hombres en las últimas décadas, queda aún mucho por hacer.

¿Cómo? ¿Que cree usted que no? Pues sí. Fíjese en que, con el foco en los derechos más fundamentales de la persona, ser mujer o ser hombre no puede ser una cortapisa para la libertad personal, o tampoco puede constituir un obstáculo adicional a la hora de poder aspirar a las metas que uno se fije. Sí, ya sé que hay muchos otros condicionantes y dificultades, por ejemplo en materia laboral, pero la condición de ser mujer o de ser hombre no puede ser otro obstáculo añadido. Y, seamos sinceros, en esto las mujeres siempre se han llevado la peor parte. Todavía existen hoy muchas mujeres que ganan menos que sus compañeros hombres, haciendo exactamente lo mismo, o más. Y en infinidad de ocasiones se discrimina a la mujer a la hora de optar a un puesto de trabajo por el hecho de serlo. Y esto, independientemente del hecho de que no debiera existir ningún otro tipo de discriminación -que las hay, y se lo digo con conocimiento de causa- tampoco debe venir la misma lastrada por la identidad y el género de cada uno.

Las mujeres siguen sufriendo lo indecible en muchos contextos, no tan lejanos de nosotros. Y en nuestra propia sociedad siempre es más compleja la libertad personal si se es mujer. Sin ir más lejos, no es plato de buen gusto transitar en soledad y en la oscuridad por una calle desierta, para nadie. Pero la evidencia nos dice que, si además lo hace una mujer, tiene muchas más papeletas para ser objeto de determinado tipo de ataques que, estadísticamente, les están sucediendo infinidad de veces más a ellas, con consecuencias verdaderamente terribles y hasta letales. Miren ustedes las hemerotecas si lo dudan, aunque les advierto que lo escabroso de muchos de los episodios relatados pueden herir la sensibilidad de cualquiera, debido a la acción de verdaderos depredadores monstruosos que no dudan en matar y destruir lo que sea y como sea.

Es por todo ello que el Día de la Mujer sigue en plena vigencia en esta primera mitad del siglo XXI. Más vivo que nunca, por lo que se ve, pero al mismo tiempo con reivindicaciones más pertinentes y actuales. Porque el Día de la Mujer no pretende excluir al hombre, ni mucho menos, a pesar de que desde determinadas órbitas de pensamiento se exprese esto cada día, con ánimo de lastimar al movimiento feminista. Su acción simplemente constituye una llamada de atención por la necesidad y la exigencia de poner en valor el papel de la mitad de nuestra sociedad, las mujeres, ninguneado totalmente no hace tanto tiempo y hoy aún bajo el zapato de la otra mitad en muchos lugares. Solamente eso. Sin más. Una suerte de discriminación positiva necesaria, a partir de un contexto de franca vulnerabilidad, que se busca revertir desde un ejercicio real, sincero, posible y positivo para todas y todos de igualdad. O, lo que es lo mismo, buscando que nadie sea más o sea menos, o sufra cualquier menoscabo, por cualquiera de sus características personales.