Dentro de la flora y fauna urbana se distinguen con facilidad esas admirables parejas que van siempre juntas y bien sujetas a todas partes, y no se despegan a lo largo del día. Su sintonía corporal y espiritual es tan grande que ni siquiera tienen necesidad de marcar el paso al compás, un ejercicio frecuente, más bien, en la fase previa a la de la fusión y confusión de cuerpos, pues una vez fundidos y confundidos no hay coherencia entre dos, sino uno. Un amigo me pide opinión sobre la causa de que parejas unidas en tal simbiosis suelan volverse cotillas. Yo le digo que no hay tal, pues de ese tipo de parejas hay dos clases: las que suelen ir en silencio, gozando del placer de estar pegado uno al otro, y las que necesitan la cháchara como envolvente. Estas, simplemente, han agotado los asuntos propios como materia de conversación, y tienen que ocuparse de los asuntos de los demás.