Lo que piensa, dice, calla o hace la jerarquía católica en España, querida Laila, sigue teniendo importancia política en el país. Si bien cada vez menos. Con todo, la reciente elección del presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha merecido una notable repercusión mediática. Los cardenales de Barcelona y Madrid, Omella y Osorio, han sido elegidos presidente y vicepresidente de la CEE. Los analistas señalan que este resultado es una victoria del papa Francisco, frente al núcleo de obispos que se resisten al cambio, presuntamente progresista, que el Papa impulsa. Otro efecto de esta elección es que se ha producido una contundente derrota del, otrora arzobispo de Madrid y expresidente de la CCE, el cardenal Antonio María Rouco Varela. Por cierto, gallego y de Vilalba. Pues bien, el de Vilalba destacó durante décadas por impulsar y movilizar al sector de la Iglesia más reaccionario y nostálgico del nacional catolicismo y se mostró especialmente activo contra las políticas y las leyes, ética y socialmente progresistas. Todavía hoy, Rouco Varela, a pesar de estar ya jubilado, se considera la cabeza, en la sombra, del núcleo más duro de la jerarquía católica y se le atribuye el impulso de la candidatura del derrotado Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, que representaba a los obispos más integristas. La derrota de Rouco tiene su trascendencia política, máxime si estamos ante la última batalla de un cardenal que seguramente se soñó o se vio, alguna vez, como fiel trasunto de Cisneros.

Por todo esto, los católicos más progresistas y/o moderados han acogido esta elección como una victoria. Incluso las comunidades y organizaciones de los llamados cristianos de base, aunque poco esperan de sus obispos, sí consideran un alivio que la jerarquía católica española no haya caído en manos del sector más reaccionario y, a su juicio, menos evangélico de la institución.

También el Gobierno y las organizaciones políticas y sociales de carácter progresista consideran la elección de Omella y Osorio mejor que la de sus oponentes, mientras que las derechas sienten que se debilita su tradicional y activa santa alianza con la jerarquía católica, con la que tantas cosas comparten.

El analista, teólogo y periodista José Manuel Vidal, director el portal Religión Digital, considera que, si los obispos españoles hubieran elegido un candidato de la cuerda de Rouco Varela, "sería una sonora bofetada al Papa" y llama al elegido cardenal de Barcelona, Juan José Omella, el "Tarancón de la segunda transición de la Iglesia española".

Es cierto, querida, que el cardenal-arzobispo de Madrid y presidente de la CEE, Vicente Enrique Trancón, allá por los años setenta del pasado siglo, en el tardo-franquismo y durante los últimos coletazos del régimen, fue denostado por el nacional-catolicismo hasta el punto de que los sicarios de la dictadura llegaron a gritar en el funeral de Carrero Blanco aquello de "Tarancón al paredón". También es cierto que Tarancón apoyó decididamente la transición política, asumió la ruptura con la dictadura, que ya era el pan de cada día de muchísimos católicos, e hizo visible la progresiva, aunque tardía, desafección de la Iglesia y del Vaticano con el franquismo.

No sé si la Iglesia necesita un nuevo Tarancón para abordar su aggiornamento, pero en una posible y deseable nueva transición política española, para depurar la Constitución de su "pecado original franquista" y para ponerla al día, la anuencia o no del cardenal Omella no tiene ya la importancia que en su día pudo tener la de Tarancón.

En todo caso, querida, siempre es mejor que rece por nosotros un hijo de Francisco que un sobrino de Rouco.

Un beso.

Andrés