La vida cursa en una estrecha franja en la que conviven lo ordinario y lo extraordinario. El sabor del brebaje depende de los ingredientes, pero sobre todo de la proporción entre los dos tipos. En la vida social y económica, igual. Una senda económica estable viene bien, pero si dura mucho se esclerotiza. Entonces llega lo extraordinario y se descoloca todo, para mal pero para bien. Por ejemplo, el coronavirus y sus efectos negativos sobre la economía obligarán a medidas de política económica igual de extraordinarias que la pandemia, rompiendo la excesiva ortodoxia teutona con buenas razones. Aunque la aparición de lo extraordinario nos provoca lógica angustia, hay también cierto alivio por todas las obligaciones y preocupaciones ordinarias que hace pasar a segundo plano. Incluso lo extraordinario-absoluto, o sea, el cambio climático, descansa algo de los titulares.