Una mujer suele hacer su camino sola, meramente, solitaria y soledosa; a solas, por ella misma; vestida con la túnica arenosa del desierto. Es una y única; un solo violín como cuando la melodía se interpreta sin acompañamiento. Y sí, algunas veces va borracha. Borracha de miedo, de felicidad, de incertidumbre. Borracha y doméstica, cargada de trabajo e hijos, de coladas y comidas, de insomnio; borracha de preocupaciones, de camisas sin botones.

Borracha por las muchas tardes de parque y tobogán en que se convierten los primeros años de Martín, de Jacobo y José Pablo. Borracha desde el mismo día del parto con dolor; también borracha por la pena de no haber sido madre. Transita más sola que la una en estos casos.

Solitaria y soledosa. Violín de una sola cuerda. Borracha porque va a los hospitales a cuidar de los suyos sin cuadrícula de turno que valga. Borracha haciendo la lista de la compra. Borracha por el ruido de la aspiradora. Borracha de voltear calcetines y luego doblar la esquina. Borracha de viudedades. Borracha en la más estricta intimidad.

Poética y patética borracha en las despedidas. Solísima cuando reza bajo los efectos de una borrachera de silencios. Es lo que tiene beberse la vida a chupitos.

Mujer sola y única, como las grandes damas solitarias; aquellas que escribieron borrachas de anonimato, sin público, -para ellas solas y su propio deleite-, en el recinto de un cuarto de estar rodeadas siempre de merengues y botes de mermelada, estando ellas como cubas.

Borrachas y ajumadas vamos todas sin llegar a tiempo a cuanto nos exigimos. Y esa es, precisamente, la fiesta más comprometida y osada en la que nos hemos colado - "en tu fiesta me planté... mucha niña mona pero ninguna sola"-, en un guateque de obligaciones laborales y dedicaciones familiares. Nadie nos invitó pero en aquella fiesta que nos colamos. Normal que entre celebración y despelote, de esa parranda hayamos salido tan perjudicadas.

Es lo que tiene querer beberse los vientos.

En todo este divagar, anda suelto mi deseo de libertad de espíritu, dado que otras libertades como las de expresión o pensamiento, han sido ya tuteladas por algunos vendehumos. Esa liberación del espíritu es a lo máximo que puedo y quiero aspirar, dado que estaría exenta de dogmas o asistencia a talleres sexuales. Podrán poner grilletes a las palabras, a las emociones, a cualquier intento de sublimación, incluso a las ideas... Pero no a la esencia, al fondo, a la enjundia donde cada uno siembra y riega sus preceptos.

Mis motivos no son egoístas pero sí elevados, pues aspiro a la libertad de espíritu y a la posibilidad de que, con el paso del tiempo, sea libre de escribir, pensar y sentir lo que le apetezca. Por ejemplo, que estamos ante una ebriedad, un sinsentido embriagador; que alguien sacará tajada de todo esto; que con semejante pedal no llegaremos muy lejos. Y no es que lleve un cuelgue de fin de semana, es que escribo moñas así de vez en cuando. Una no escribe artículos para dar el pelotazo sino para que el lector se agarre una buena cogorza de interpretaciones. Meramente.

Es lícito perseguir un ideal en línea recta, pero somos muchos más los que preferimos hacer el camino en zigzag, deteniéndonos en cada recodo, en las granjas y frutales; tomando una flor aquí, una ramita allí o unas moras allá. Porque si algo define el sentir femenino es la paciencia, el transitar sembrando flores por el camino, llevar un lápiz y pintar paisajes en la singladura. ¿No es esto acaso embeberse? Melopea no es una diosa.

Solitarias sí, pero esmaltando los caminos, sorteando vericuetos. Solas y borrachas en la senda hacia casa. Hermosamente piripis como el canto del cuco al amanecer, como el vuelo azulado de un elanio, clarín por el cielo... ebrio de aire y cuyo silbido - liiii-uit...plit-, harto recuerda al hipo que dan las lloronas.