Aunque a veces la vida se ponga pesada, debo reconocer que no tengo el menor interés en morirme. De hecho, a medida que transcurre el tiempo, además de mi deseo de hacer cada vez más y mejores cosas, una enorme curiosidad se apodera de mí hasta hacerme desear ver las resoluciones de todo lo que me preocupa. Multitud de frentes abiertos me guiñan el ojo y me susurran que espere a ver lo que pasa. Que tenga paciencia. Me hablan al oído para insinuarme que nada es lo que parece y que lo que hoy conocemos, mañana puede verse transformado. Y, en ese tipo de pensamientos, alimento mi existencia esos días en los que parece que nada sucede y todo aparenta complicarse.

Una pandemia llamada coronavirus amenaza al mundo, mientras sus dirigentes parecen querer convencernos de que tienen el control de la situación. Sin embargo, a medida que nos escupen su discurso aprendido, lugares cada vez más cercanos a nosotros van cayendo como piezas de dominó y tomando medidas tan drásticas como cerrar escuelas, centros de día o custodiar cuarentenas obligadas en determinados pueblos.

He escuchado hasta la saciedad que este virus no es letal, que se trata de un tipo de gripe y que solo deben temer por sus vidas aquellos que tengan patologías previas y graves. Hasta ahí todos de acuerdo, pero una vez a salvo la mayor parte de la sociedad... ¿Alguien se ha parado a tomar medidas para tratar de paliar los daños colaterales que esta infección va a producir en la economía? ¿Quién pagará a los autónomos que, de seguir esto así, tendremos que quedarnos en nuestras casas? ¿Y los alquileres, facturas, TCS, impuestos y nóminas de nuestros trabajadores? ¿Cómo se pretende frenar ese impacto económico acarreado por las cuarentenas domiciliarias? ¿Será el gobierno el que quedará arruinado después de cubrir las bajas de enfermos y colaterales, o será cada españolito de a pie el que caiga en bancarrota?

En cualquier caso, una vez tomadas las medidas de prevención y protegido a los colectivos más vulnerables, el peor escenario no es tener una gripe más o menos virulenta en cuya vacuna ya se investiga... El más dantesco panorama es el posible arrase de todo, la pérdida del entramado industrial, la caída de la Bolsa, el aumento inconmensurable del paro y el empobrecimiento generalizado. Si la gente se recluye, no hay consumo, si no hay consumo, no se necesitan -por ejemplo- comercios, bares ni peluquerías. Será como una especie de guerra con posguerra incorporada que, si no queda más remedio, tendremos que afrontar. Espero que, para evitar males mayores, los bancos dejen de cobrar puntualmente unas hipotecas que -a falta de ingresos- cada vez menos gente podrá liquidarles, y que las eléctricas nos regalen el suministro durante el tiempo en que -en contra de nuestra voluntad- no podamos salir a generar dinero... Pero sobre todo, apelo a la empatía y a la responsabilidad gubernamental.