Qué tal están? Bienvenidos a esta nueva columna de miércoles, en la que volvemos a coincidir en este punto del espacio-tiempo que habitamos, próximos ya a la llegada de la primavera. ¿Qué tal les va? Espero que estén razonablemente bien, en estos tiempos convulsos de virus planetarios, turbulencia económica y muchos más elementos que invitan al desasosiego.

Por hacer un poco de contrapunto, hoy les propondré algo diametralmente opuesto a lo que encontrarán en multitud de canales informativos y de opinión. No les hablaré del coronavirus, aunque recuerden que aquí fuimos de los primeros -cuando otros criticaban la suspensión del Mobile World Congress- en apostar por la contención y por la prudencia, lo cual claramente llevaba a retrasar esa y otras ferias, así como la totalidad de las aglomeraciones de personas que no fueran estrictamente indispensables. Y es que hay cosas con las que no conviene jugar, diga lo que diga el mercado y, sobre todo, aquellos que más tajada puedan sacar del mismo. Y el impacto de un nuevo y no suficientemente conocido virus siempre es mejor intentar soslayarlo, en la medida de lo posible. Por lo menos pudiendo hacer un poco de tiempo para que los verdaderamente expertos en cada una de las materias puedan conocerlo mejor, plantear alternativas terapéuticas y hasta vacunas para anticiparse a sus efectos sobre la salud de las personas.

Pues eso, no hablaré del coronavirus. En cambio, les invitaré hoy a la vida lenta. A la tranquilidad. A que se bajen de una vez -y quizá lo relativo al virus sí que esté ayudando a producir ese cambio, paradojas de la vida- de la espiral de las prisas y de las cosas no importantes que, convenientemente revestidas, a veces parece que sí que lo son. A que disfruten, en la medida de lo posible, de la relación con las personas que les rodean, y que constituyen nuestro máximo tesoro. Y a que saboreen con fruición, de forma empática con los demás, este episodio tan fascinante que es vivir, haya virus o no.

Y esto no siempre es fácil, porque es evidente que, independientemente de la presencia de cualquier virus respiratorio, nuestra sociedad sí tiene ya inoculados -¡y tanto!- otros virus, como son el de la indiferencia, el de la soberbia, el de la codicia y ese tan inoportuno y tan patrio de que existan tantos puntos de vista como intereses detrás de ellos. Virus metafóricos, que no son coronaviridae ni ARN virus, pero que también producen efectos verdaderamente contraproducentes en nuestra sociedad, y que contribuyen a fragmentarla y a lastimarla, así como a lacerar los derechos de las personas y a mermar nuestros momentos de felicidad individual y colectiva.

Dijo alguien -¿fue Manuel Azaña?- que si cada uno se limitase a hablar únicamente de aquello de lo que sabe y de lo que puede aportar, entonces se producirían enormes silencios en nuestra sociedad, ganando un tiempo precioso que podríamos aprovechar para pensar o para estudiar. Bueno, lo cierto es que vivimos, sobre todo, en la sociedad del parloteo, plagada de todo tipo de gurús que disertamos sobre lo humano y lo divino. Algunos -y ahí creo que está la virtud- planteamos preguntas, pero nos abstenemos -¡válgame Dios!- de formular soluciones cerradas. Pero otros, a veces con ningún conocimiento, hablan de oído, escuchan campanas y ya no es que opinen de lo que no saben. Es que a veces incluso redimen a la sociedad con un discurso que no resiste ni medio debate ni un par de referencias bibliográficas.

Por eso creo que, como en todos los momentos de crisis, y este lo es desde bastantes puntos de vista -ahora que hasta el presidente del Gobierno habla de ello en tales términos- hay que economizar recursos y practicar una dosis mayor de contención que en otros tiempos de mayor bonanza. Es por eso que en esta columna no quiero ir más allá con mi discurso, y les invito, como empecé diciendo, a que fluyan, a que agradezcan, a que empaticen, a que confíen, a que sean responsables y a que vean el vaso medio lleno, que también toca. Porque el ejercicio de vivir siempre tiene riesgos, y de caminantes es dar primero un paso y luego otro. Ahora estamos a lo que estamos, y mañana ya tocará otra cosa. Y si hay que quedarse en casa un poco más, asumámoslo y punto, aún a sabiendas de sus implicaciones económicas y sociales, pero sabiendo equilibrar de forma responsable entre coste y beneficio. Y no lo cuestionemos todo, que nadie nace aprendido y hay que ir adaptándose a lo que vino, a lo que hay y a lo que vendrá. Eso mismo es el ejercicio de la vida.

Si no hay novedad, como siempre, nos vemos el sábado.