Cada uno de nosotros es arrastrado por la corriente de su vida, inmersa a su vez en la corriente de su época. Una corriente, en fin, dentro de otra. Dos corrientes que con frecuencia no van a la misma velocidad. Cuando se nos muestran imágenes de la llegada del hombre a la Luna, por ejemplo, vemos a familias enteras delante de la tele mordiéndose las uñas. Las hubo, claro, pero conocí también a muchas personas que permanecieron ajenas a ese suceso histórico porque su preocupación no era si los americanos llegaban al satélite, sino si ellas llegarían a fin de mes. Llegar a fin de mes tenía su mérito. Lo ha tenido desde que se inventaron los excedentes, pues con ellos apareció también la propiedad privada, el capitalismo y todo eso. A una familia le sobraban equis cantidades de trigo y las guardaba o las vendía, o las cambiaba por carne de ciervo, qué sé yo, pero siempre con el miedo de que el hambre llegara al cerebro antes que la comida al estómago.

El miedo al hambre debió de ser cosa del Neolítico. Apareció seguramente con la acumulación de capital. Una vez que empiezas a almacenar cereales, estás perdido, pues jamás considerarás que tienes bastante. Pueden venir cinco años de sequía, puede pudrirse la carne mal curada, puede haber una peste que diezme a la población porcina, pueden venir a caballo los hombres de las montañas y arrebatárnoslo todo. El producto que se acumula en nuestra época es el dinero. ¿Pero cuánto dinero es necesario para que uno se sienta tranquilo? ¿Cuántos millones es preciso tener en un paraíso fiscal para decir "ya basta, me conformo con esto"? ¿Hay un instante en el que desaparece el miedo neolítico a no llegar a fin de año? ¿Puede que entonces la corriente de tu vida y la de tu época discurran parejas, en armonía, y te sientes tranquilo a ver el telediario?

Pienso en los 65 millones de dólares o de euros, ahora no caigo, que Corinna, la exnovia de Juan Carlos I de España, se encontró un día, sin comerlo ni beberlo, en su cuenta. Puro excedente neolítico de una fortuna incalculable. ¿Procedía esa fortuna de un pánico también incalculable? ¿Cómo debería ser entonces el espanto mío o el de ustedes frente a la sucia época que nos ha tocado vivir?