Dentro de las innovaciones que impone el coronavirus está la revalorización de los codos, parte del cuerpo injustamente postergada e incluso maltratada: un codazo era una agresión taimada, o un toque de mala educación, y codearse una manera de darse importancia en la clase alta. Ahora empieza a practicarse el saludo con el exterior del codo, reservando su parte interior para las toses, o se utilizan para pulsar algunos botones (obligando a adquirir destrezas inesperadas) con lo que los codos logran una visibilidad que nunca habían tenido, mientras las manos y en especial sus dedos empiezan a ser mirados con lógica desconfianza, como cooperadores necesarios del contagio.

Es verdad que los dedos, postergados en esas funciones a apéndices en vías de extinción, pasan a primer plano con los teclados del teletrabajo, pero será cosa de tiempo que la voz los acabe echando también de ese empleo.