Ya un par de días antes de que se decretara el estado de alarma, el ciego de la ONCE que se ponía a la puerta de la peluquería de mi calle se había quedado sin clientes. No vendía un cupón porque nadie se arreglaba el pelo. Su esquina, una de las más apreciadas del barrio, estaba vacía. Solo él resistía en el tenderete desmontable, con el perro guía acostado a sus pies. Llevo años viéndolo porque paso por la esquina cuando me acerco a por el pan. Pero jamás he adquirido uno de sus décimos, en el caso de que sean décimos lo que vende. Años, decía, yendo y viniendo sin que reparara en mí, sin que tuviera noticia alguna de mi presencia. Pero aquel día me detuve a comprarle un boleto.

-Ya era hora -dijo.

- ¿Cómo que ya era hora? -dije yo.

-Que lleva usted años pasando por aquí y jamás se ha detenido.

- ¿Cómo lo sabe?

-Por el olor. Me gusta la colonia que lleva. La usa muy poca gente.

Me dejó de piedra, claro. Me creía invisible para él y resulta que me veía quizá con más intensidad que con la que me mira el quiosquero al que llevo también años comprándole la prensa.

-Le voy a dar un cupón que termine en siete -añadió.

El siete es mi número, pero eso no significa mucho porque creo que es el de la mayoría de la gente. Bueno, la verdad es que no sé si es mi número o yo soy su persona, la persona de ese número. Siempre he vivido en casas cuyo portal tenían ese dígito, que abundaba también en los teléfonos que he gastado a lo largo de mi vida. Se lo conté al ciego por seguir hablando, hablándole, pues continuaba sin pasar nadie por la esquina. De súbito, me di cuenta de que no estaba guardando el metro de distancia protocolaria y le pedí perdón al tiempo de alejarme.

Continuamos conversando así, un poco separados el uno del otro. Me dijo que estaba casado y que tenía dos hijos, uno de ellos en México. El ciego de la ONCE entraba en mi vida y yo en la suya. Al despedirme, le dije de broma que al día siguiente cambiaría de colonia para que no me viera, pero él dijo que mañana quizá no volvería. El perro levantó la cabeza al verme marchar. No ha vuelto.