Siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado a la civilización, escribió Spengler. En este pavoroso inició de la tercera década del siglo, el pelotón son los profesionales de la sanidad que combaten en la primera línea para salvar vidas humanas. Contad con nosotros, han transmitido en una conmovedora pancarta agradeciendo el apoyo de los ciudadanos. Nuestro agradecimiento para ellos, que se están dejando la vida, es infinito. Velar por la salud forma parte de su trabajo y del juramente hipocrático, el sacrificio consiste en las terribles condiciones en que lo llevan a cabo y de ahí el mérito que empuja a miles de personas en todos los lugares de este país a asomarse a los balcones de sus casas, cada día a las ocho de la tarde, para mostrarles el reconocimiento. Están en los corazones.

Las emociones tienen, no obstante, dos caras. La cruz en este caso se la llevan el telemitinero Sánchez e Iglesias, que salió de su cuarentena para alentar las caceroladas contra el Rey como un ejercicio de libre expresión y que ahora es blanco de ellas. Así son las cosas, cacharrete. Si existe una razonable y razonada indignación general por la gestión política de la crisis del coronavirus, encabrona todavía más que los responsables de ella aparezcan en televisión en las horas prime time para vanagloriarse de lo bien que lo han hecho, repetirse una y otra vez hasta la saciedad y permitir que los demás nos repitamos, sin ofrecer soluciones eficaces en la batalla que se está librando en los hospitales. O a desviar la atención, como el caso de Iglesias, con el ruido de cacerolas contra otros.

Nada se puede decir que no sepamos ya del sujeto llamado Torra, que dirige la nueva cacerolada contra la decencia con la difusión del bulo "España nos contagia", que sucede al "España nos roba" o "España nos reprime". Todos del mismo autor.