Las nésporas primaverales aparecieron, con el misterio mágico de nuestra luz, que para La Coruña suele ser una razonable terapia y descubrir nuevas razones de entusiasmo. Nuestros jardines ofrecerán pronto la mejor receta, cuando salgamos de la encapsulación hogareña impuesta por la pandemia vírica. De repente, pasamos a vivir tiempos históricos y necesitamos también respuestas históricas. De las autoridades municipales que nos gobiernan necesitamos, de la taumaturgia de sus cargos, aliento y visualizar plantes de choque, no solo palabras que, a veces, asombran por la facilidad con que se legitiman y se olvidan. Nuestra alcaldesa, que sabe vencer al tiempo con la constancia, debe recabar la ayuda de sus colegas militantes del "gobierno amigo" y a nivel doméstico, estimular la actividad de las entidades benéficas, muchas favorecidas con subvenciones municipales. Seguramente, habrá concertado un encuentro con Cáritas, cuya labor benéfico-asistencial es la más integral y mejor organizada. Recabar asimismo colaboración de los más renombrados "capitanes" de la Empresa y de la Industria locales, establecer la aminoración de impuestos municipales, matizar bien la implantación del voluntariado y la seguridad de su leal colaboración, redimir la mendicidad callejera y, sobre todo, avizorar no solo el paro laboral sino la lipomanía que produce al personal activo por su incierto futuro. El ciudadano está seguro de que los servicios de protección y atención municipales están a punto y la convicción de que todos los recursos de nuestra quebrada fortaleza pondrán a prueba el valor de la solidaridad. No podemos, como el girasol, estar pendientes de la luz del poder, las ciudades de éxito procuran anticipar el futuro, no suelen interrogarse sobre sí mismas. La anomalía en política hace que el fracaso sea una posibilidad.

Los girasoles, inmortalizados por Van Gogh, fueron descubiertos por los españoles en Perú, les llamaron la atención aquellas flores, de fondo negruzco y berilado, a la que rodeaban unos largos y lanceolados pétalos, y se sorprendieron cómo volvían a su cabezuela en la dirección del sol. El gran pintor vivió en Arlés (Francia) "porque había más luz que en París". Allí pintó su famoso cuadro La casa amarilla. La corona de Júpiter, como se conoce al gladiolo, causa pena cuando se ven las macetas, con tortícolis, de tanto mover la cabeza en un solo sentido. Como algunos políticos.