Cuando las calles son un desierto, se escucha el silencio y la casa se vuelve trinchera, la naturaleza sigue su curso como si la cosa no fuera con ella. De hecho, nada impide, afortunadamente, la salida del sol, la caída de la lluvia o la venida de la primavera como toca en el calendario. Porque si existiera la mínima probabilidad de estorbar tales milagros por parte del ser humano, quién sabe si sucederían. Sin embargo, aquí está un año más la estación que renueva el entorno natural, ajena a la vorágine de los acontecimientos que nos están modificando la vida, quién sabe hasta cuándo y en qué medida. Una incertidumbre que puede hallar consuelo en la contemplación de cualquier paisaje, desde un bosque, un campo o un jardín hasta la humilde maceta con perejil o geranios. Todo se vuelve arte al ser mirado desde la trinchera. En momentos difíciles es cuando se ve con mayor claridad el valor de lo cotidiano, de lo que siempre estuvo ahí formando parte de nuestra vida, cumpliendo su cometido con la sencillez de lo auténtico.