Hay que prevenirse contra el exceso de datos, avalancha en la que van mezclados el rigor informativo con la ignorancia y muchas veces, por desgracia, con la mentira deliberada. En cualquier caso, chapoteando en ese albañal mediático se pueden encontrar opiniones esclarecedoras y testimonios de personas que saben de lo que hablan. Como las del microbiólogo mallorquín Javier Garau que a sus 74 vigorosos años todavía ejerce en su especialidad. Le he leído dos entrevistas en varios periódicos de Prensa Ibérica y me alegró no poco comprobar que sigue tan lúcido y animoso como cuando lo conocí. Empezaba la década de los 60, yo cursaba cuarto de Derecho en la Universidad Complutense y él Medicina, junto con el cordobés José Quero y el ovetense Jaime Martínez, que luego desempeñaron una brillante carrera profesional. Vivíamos y estudiábamos (a veces, claro) en el Aquinas una residencia que los dominicos habían construido cerca de la Dehesa de la Villa, con el Instituto Meteorológico a un lado, la Escuela de Ingenieros de Montes a otro y un poco más allá el Teológico Iberoamericano, un seminario del que salieron algunas cabezas pensantes de la Teología de la Liberación. Campo a través, por un sendero que bordeaba la residencia de chicas de La Almudena, se llegaba al viejo campo de fútbol del Metropolitano, estadio donde jugaba habitualmente el Atlético de Madrid. En aquel tiempo, Javier Garau era un hombre simpático, ágil y muy vivaz que jugaba de portero en el equipo de la residencia, y soñaba con residir en un faro de cualquiera de las islas Baleares. Había por allí gente muy notable que acabó ocupando puestos importantes. Entre ellos, que yo recuerde el valenciano Pepe Costa, catedrático de Química, el asturiano Carlos López Fanjul, que lo fue de Cristalografía, los arquitectos Ramón Rañada y Uribe y el ingeniero vasco Rui Wamba que tenía por costumbre aplaudir cuando una puesta de sol le gustaba, el farmacéutico Emilio Muñoz, más tarde presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas con un gobierno del PSOE; o mi buen amigo el abogado vigués Carlos Borrás que le daba tan bien al Código Civil que a la raqueta de tenis... La lista es larga y no conviene excederse en pormenorizarla. Por lo demás, me alegra especialmente saber que Javier Garau conserva la agilidad mental necesaria para atajar tanta demagogia como la que ahora nos agobia. Como la que atribuye la expansión de la pandemia del coronavirus a la gran industria farmacéutica o a un ataque de bioterrorismo. Leer la opinión de personas sensatas ayuda a sobrellevar la crisis. "El papel del individuo -dice Garau- cobra gran importancia, porque los hospitales no van a cortar la infección como demuestra la eclosión de Madrid. La cuarentena de los sospechosos, el aislamiento de los infectados y el distanciamiento social son fundamentales. Esto no es un juego". Hace muchos años que no tengo contacto con el antiguo compañero de la residencia universitaria y por tanto ignoro si ha conseguido su sueño de vivir en un faro de la hermosa costa balear. No obstante, la función que hace ahora no lo aleja demasiado de aquella juvenil vocación, iluminar la oscuridad.