Olvidaremos el virus como ya no nos acordamos de las diez plagas de Egipto, desinfectaremos el escenario, enterraremos a los muertos y por fin volveremos a lo realmente importante, o sea, el heteropatriarcado, la prohibición de los piropos a las mujeres jarifas, el destierro de los toros y de la caza y la autodeterminación de género.

Así como en otros achaques nuestros gobernantes pueden ofrecer signos de debilidad, confusión, dolencias visuales o impericia, en los citados son maestros con las entendederas bien aparejadas, un alivio para todos los que en ellos confiamos en cuanto depositarios/as de las verdades del progreso.

El asunto que más urgirá retomar será naturalmente el de la identidad de género y si somos binarios o no y ello porque el tiempo apremia y no podemos permitirnos el lujo de que el cambio de saison nos pille sin haber introducido un pronombre neutro o en medio de cualquier otro descuido imperdonable, de esos que causan daños que, una vez enquistados, son muy difíciles de reparar.

Ya tenemos claro que la autodeterminación es un derecho humano equiparable al de la vida o la libertad, pero hasta ahora tal conquista solo la veíamos aplicada a las regiones con mucha historia y retratos de reyes barbados en los anaqueles de siglos pasados y venturosos. Ahora es preciso dar un paso más y aplicar la noción a la identidad sexual y a la expresión de género como ya se empieza a prever incluso en algunos proyectos de ley, de esos que nos van acercando a la luz de la modernidad más moderna y más guay. Esta conquista hará superfluo cualquier requisito para identificarnos por lo que dejaremos de estar sujetos a autoridad alguna, médica o legal, para ser reconocidos. Bastará con declarar el género sentido y santas pascuas. Liberados de estas pejigueras tan reaccionarias contemplaremos lo que se ha venido practicando hasta ahora como obsesiones de burócratas inspirados por curas y frailes.

Se declara uno no binario a tiempo y a no perder más ídem.

Con gustarme mucho estos avances el que me entusiasma es el calificado como pangénero, defendido por aquellas personas cuya identidad de género está integrada por varias identidades de género, dicho de otra forma, que se identifica con varias a la vez.

Ahí se ha dado en el corazón del problema. Tan atinado es el planteamiento que yo pretendo que se traslade a la vida política y no nos obliguen a ser de derechas o de izquierdas, en bloque, de una vez y sin descanso, ni siquiera por Pascua florida. Progresismo o conservadurismo, tertium non datur que decíamos en el Lacio, así las veinticuatro horas del día y todos los días del año, sin alivio alguno.

Este encadenamiento de por vida siempre me ha parecido un atropello y he echado en falta, en mis horas de meditación, que nadie, de entre los politólogos más ilustres, se haya ocupado de idear unas reglas que nos liberaran de tan abominable esclavitud, de una condena tan intransigente.

¿Por qué -me he preguntado- no me es permitido ser de derechas cuando veo cómo actúa en la vida real un progresista y ser de izquierdas cuando ocurre lo mismo con un conservador? Esta pregunta, determinante en la existencia de cada cual, ha quedado siempre sin respuesta.

Adviértase que tal monstruosidad -porque hay que llamarla por su nombre- nos obliga a votar el día de las elecciones de una forma que es binaria de manera implacable: ¡cuando estamos tocando con las manos el cielo de lo no binario! Y, sobre todo, cuando tan fácil sería trasladar el pangénero a las listas electorales y a la papeleta de voto.

Propongo, desde la seriedad de estas Soserías, que, en cuanto podamos volver a hacer manifestaciones, convoquemos una, nosotros los transidentificados, con una pancarta gigantesca: Los pangéneros queremos pasar de esclavos a libertos.