Los países del Norte de Europa, reacios a adoptar medidas contundentes de protección de la economía ante la crisis que se fragua, deberían asumir que el dilema es el siguiente: o la UE se muestra capaz de actuar como un Estado, mutualizando los costes necesarios, o no sobrevivirá al coronavirus, pues el euroescepticismo se extenderá en las naciones del Sur como una mancha de aceite (y encima estaría justificado). Respetando los sentimientos religioso-crematísticos de los ahorradores luteranos y calvinistas, apreciando el legítimo interés de la constelación de honrados comerciantes que forman el macizo de la Europa rica, habrá que decirles que o contribuyen a la causa de salvar Europa o se quedarán solos con su bolsa, y los demás nos buscaremos la vida. Y habrá que plantearlo de la única manera en que se ganan las apuestas: jugándonosla, o sea, dispuestos a ir haciendo las maletas.