Hecatombes como la que estamos atravesando siempre sacan a flote lo mejor y lo peor de una colectividad, de las personas que la integran y de los instrumentos por los que se rige. Surgen en mitad de este caos iniciativas maravillosas de particulares y de empresarios solidarios que a toda velocidad corren a arropar a sus héroes. Emerge igualmente la inmensa grandeza de unos servidores públicos, sanitarios, policías, militares, guardias civiles, cuidadores geriátricos, entregados a los demás aún a riesgo de exponer sus propias vidas. Pero este virus implacable no perdona y también desnuda a los dirigentes inútiles y a esa parte de la Administración parada que contempla los toros desde la barrera. Solo la generosidad de la sociedad civil española, y la coruñesa, ha estado a la altura del desafío.

Conforme transcurre el estado de alarma cunde la sensación de que esta crisis era evitable, al menos en las desmesuradas proporciones en que la sufrimos ahora mismo. Encararla, una vez desatada, exige respuestas rápidas, valientes y flexibles que no se están produciendo. Si alguien desde el Gobierno hubiera sabido administrar y coordinar las miles de iniciativas surgidas, además de asumir las decisiones correctas, quizá no estaríamos en una debacle tan profunda. Los vastos discursos no arreglan la falta de material sanitario, y menos en una emergencia en que cada día se cuenta por cientos de muertos.

En A Coruña, quinientos coruñeses respondieron de inmediato a la llamada municipal para conformar un equipo de voluntarios para ayudar a mayores en sus hogares. Médicos jubilados se han vuelto a vestir la bata blanca para responder por teléfono a posibles contagiados. Empresas y entidades como Inditex, Abanca, Rosp Corunna, Caamaño y la Universidade da Coruña han donado material médico y sanitario para combatir la pandemia. Un sinfín de ciudadanos anónimos, desde el confinamiento de sus hogares, intentan ayudar a los demás en lo que saben a sobrellevar el aislamiento en los hogares con iniciativas de acompañamiento. Y, al frente, el conjunto del personal de la sanidad y de los equipos de emergencia, orgullo máximo en estos momentos de crisis sanitaria, económica y social.

Del otro lado, el virus ha situado a la clase dirigente ante el insobornable espejo de su realidad. La autocomplacencia ideológica y la estulticia, no el bien común, determinan su comportamiento. Tanto abusar de la propaganda y la demagogia, ya no saben actuar de otra manera. El vergonzoso timo de los test defectuosos que hubo que devolver, comprados a una empresa china sin licencia para comercializarlos, desnuda por completo el largo historial de reacciones equivocadas y a destiempo contra el Covid. A un anuncio le sucede otro y luego otro, y nada se concreta, escudándose en los asuntos espinosos tras los científicos y contemplándose el ombligo. Por no hablar de la inoperancia de la Unión Europea. Sobran políticos y faltan líderes. Menos hablar y más hacer.

Contener la infección solo requiere de elementos sencillos y camas. Asombroso. No hablamos de la última y carísima tecnología punta. Que España sea incapaz de proveer a sus médicos y enfermeras, a los geriátricos y a las fuerzas de seguridad, de batas, mascarillas y guantes de plástico y papel revela el deterioro e ineficiencia al que han llegado sus instituciones, minadas por la politización, las estructuras burocráticas anquilosadas y una larga trayectoria de prioridades de gasto equivocadas. Desde hace semanas se asegura que llega el cargamento. Nunca aparece.

Existen comunidades desbordadas en las que los médicos eligen ya a quién salvar y a quién dejar a su suerte, y otras con hospitales lejos de la saturación. Aún no se ha planteado el traslado de enfermos de una región a otra por recelos mutuos y porque cada cual blinda sus recursos. Una evidencia de los defectos de cohesión y equilibrio en el modelo construido. Y qué comentar de esa otra parte de la Administración que no está en primera línea. Con el país parado, esta sería la ocasión idónea para desatascar tantos expedientes trabados o para desarrollar un modelo efectivo de educación telemática que no dependa de la vocación e implicación de cada profesor a título particular. La vida va a continuar, no puede congelarse, y precisamos que en el instante en que la plaga desaparezca la maquinaria esté engrasada y afinada para pisar el acelerador a fondo desde el primer minuto.

El peso de un país lo determina la eficiencia de sus entes para proporcionar altos niveles de bienestar, seguridad y crecimiento. "La moral no es una virtud prioritaria en política, pero sí el olfato", sostenía Ortega. De la falta de moral sobran pruebas. Necesitamos que alguien en este marasmo tenga el olfato de intuir que debemos fortalecernos como nación y como continente si queremos renacer sólidos. Eso no significa resucitar maniqueas dicotomías entre más y menos Estado, centralización y autonomía, lo público y lo privado, más y menos Europa, sino dotarse en todas las esferas de gobiernos, y sus correspondientes herramientas, que respondan cuando se los necesita. Centrémonos cuanto antes en esa tarea y sintámonos conmovidos por la reacción de los coruñeses, siempre nobles y entregados en los momentos cruciales de la historia. Un orgullo.