España, además de la terrible pandemia global del coronavirus, sufre otra relacionada con la ineficacia de un Gobierno que ha descuidado la protección de los sanitarios. En los términos de guerra que muchos utilizan estos días para referirse a la crisis sería como abandonar a su suerte a los que combaten en la primera línea, solo que en este caso lo hacen para salvar vidas. El propio ministerio de Sanidad admite que somos el país con mayor número de profesionales infectados, cinco puntos por encima de Italia y a distancia de China. Entre el lunes y el martes la cifra creció en 2.000 y se situó en 5.400, ayer tristemente se habrán producido nuevos contagios porque los sanitarios tienen que improvisar su propia protección con bolsas de basura y chubasqueros de plástico. Las autonomías han decidido ellas mismas conseguir las mascarillas quirúrgicas que necesitan; el Gobierno central no ha distribuido las suficientes. La propia OTAN se encarga de negociar entre los socios envíos de equipos de protección para salir de la emergencia. Todo esto no tiene otra explicación que un ministro de Sanidad de cuota desbordado que solo permitió las compras regionales después de tres días sin apenas ofrecer nada y que ha tenido que ceder la iniciativa al Ministerio de Hacienda. O un portavoz, Fernando Simón, que se ve obligado a admitir implícitamente la incapacidad para hacer frente a la situación después de haber sido el propagador más optimista del 8-M, cuando el país eligió la curva más peligrosa en el momento menos adecuado.

Este Gobierno mucho mejor dotado para la propaganda que para la gestión recibe un baño de realidad que nos salpica a todos con virulencia y nunca mejor dicho. Los sindicatos médicos ya han presentado contra él una demanda en el Supremo por incumplir obligaciones y caer en una negligencia que se cobra vidas. Mientras tanto algunos aplauden a los que abandonan.