Esta mañana he salido a comprar al supermercado. Caminaba despacio, queriendo absorber a cada instante todo lo que acontecía a mi alrededor. Mientras el aire fresco acariciaba mi rostro, miraba al suelo enfrascado en mis pensamientos. De repente, me he dado cuenta de que entre los pliegues de las aceras, a través de los barrotes de las alcantarillas, debajo y sobre los bordillos, en las grietas de la calzada iban asomando más de lo acostumbrado unas hierbecillas. Y pensé que en cuanto la dejamos descansar, la naturaleza se apresura a lamer sus heridas: 'Los ríos se aclaran, los mares se limpian, las aves vuelven y si seguimos así por más tiempo, seguro que veremos a los animales pasear por nuestras calles'. Y aún pensé más y me dije: '¿Seremos nosotros la pandemia de la naturaleza? ¿El virus que siglo tras siglo corroe el planeta?' Y he pensado que la naturaleza no puede soportar por más tiempo tanto turismo, tantos vuelos surcando a diario nuestros cielos, tanta polución, tanta contaminación. Y he pensado que, aunque se respete la naturaleza, la masificación degrada el medio ambiente. Y me he dicho: 'Aunque me duela, habría que empezar a pensar en no infectar la montaña con nuestra presencia'.