Ahora que la pandemia parece remitir en su destructiva tarea, los políticos (y los medios que los jalean) retornan a su entretenimiento favorito: echarle la culpa a los demás. El Gobierno de coalición se excusa de los fallos y de las imprevisiones alegando que el Ministerio de Sanidad estaba vacío de competencias y hubo que arbitrar a la carrera la forma de retomarlas de las comunidades autónomas para conseguir que hubiera una sola voz de mando y aquello no derivara en el ejército de Pancho Villa. Por su parte, la oposición, los presidentes de las comunidades autónomas no alineados con el PSOE, y los independentistas catalanes, tras anunciar con la boca pequeña su apoyo al Gobierno del Estado, le reprochan de la forma más ácida posible su incapacidad (congénita a lo que parece) para afrontar la crisis. Los ejercicios de demagogia son constantes y se han convertido, nunca mejor dicho, en mercancía de ida y vuelta. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. La señora Ayuso, que se formó en la gestión de la cosa pública a las órdenes de doña Esperanza Aguirre y de doña Cristina Cifuentes, había acusado al Gobierno de Sánchez de provocar el caos sanitario en Madrid. Y para remediarlo anunció la contratación en China de dos grandes aviones de carga para traer a España las mascarillas, los respiradores, las batas y los guantes que demandaba la atención a los enfermos de coronavirus, que estaban agonizando dejados de la mano de Dios en los hospitales madrileños. El pretexto para organizar ese puente aéreo con el lejano país asiático se lo proporcionó el ministro de Sanidad socialista, señor Illa, al reconocer que una partida de material sanitario procedente de China había resultado defectuosa y, por tanto, devuelta a su lugar de procedencia. Una vez hecho el anuncio, muy publicitado en los medios afines, la señora Ayuso advirtió solemnemente al Gobierno de Sánchez de que se abstuviese de bloquear el reparto del susodicho material entre los enfermos de la comunidad madrileña que más lo necesitasen. Desde entonces, y ya había transcurrido más de una semana, no se supo nada sobre la llegada a los aeropuertos de Barajas o de Torrejón, de los aviones contratados por la señora Ayuso, y ya se empezaba a sospechar que pudiera haberse extraviado su preciosa carga. Afortunadamente, el diario ABC nos dio noticia ayer mismo de que uno de esos aviones había aterrizado en Zaragoza. Desconozco por completo cuáles puedan ser los canales diplomáticos que, al margen del Estado, pueda haber usado la señora Ayuso para contratar la carga de esos dos aviones gigantescos en China, aunque el diario madrileño afirma que de esa delicada gestión se encargó una empresa valenciana de la que no se nos facilitó el nombre. Algunos políticos y algunos medios tienen hacia la República China una posición cuando menos ambivalente. Por una parte, no dejan de reconocer los extraordinarios avances en el terreno comercial y financiero que ha logrado en estos últimos años, hasta el punto de convertirse en la segunda potencia económica mundial. Pero, por otra, desempolvan los viejos clichés ideológicos para recelar de su orientación comunista y de su vocación totalitaria. De momento, han demostrado mucha mayor eficacia en la solución de una crisis que tiene contra las cuerdas a los países occidentales.